ASI PENSABA Y ESCRIBIA MANUEL CUESTA
MORUA EN EL AÑO 2000
PARA CUBANET
Elián y la dramaturgia política del cubano
Manuel
Cuesta Morúa (Corriente Socialista Democrática Cubana)
LA
HABANA, febrero - Debo empezar diciendo que pretendo escribir un artículo para
la prensa sin ser periodista de oficio, oficioso o independiente.
Sigo
diciendo a continuación que no lo hago, es decir, escribir el artículo, en mi
condición de político o de alguien que quiere serlo. Tampoco como representante
de una organización política opositora. Debo eximir, por tanto, a mis
compañeros, a aquéllos que represento, de cualquier responsabilidad por las
ideas que aquí pienso exponer. En cualquier caso, si la publicación de estos
comentarios atrae consecuencias negativas para la izquierda democrática cubana
mis compatriotas saben exactamente lo que pueden y deben hacer.
Y entro
en materia con una afirmación lapidaria y controversial.
La agonía
de la extrema derecha cubana adquiere un tono cadavérico. Y para que no haya
dudas sobre esta recaída comatosa, nada mejor que observar el modo patético en
que utiliza la inocencia en su combate anticastrista de las mil y una noches.
En el
asunto de Bahía de Cochinos esta ultraderecha había fracasado. Pero aquella
derrota militar conservaba una resaca épica que le daba lustre a los ojos de
todos los combatientes de su "libertad". En 1961 podía decirse que
sólo tenía de su parte un error político. Con el caso Elián, por el contrario,
degenera su guerra en el estrépito ruidoso de una retirada antiestética y sin
honor. Y a su error político agrega, ahora, un horror moral.
Así, de
Bahía de Cochinos a Elián, el astro de la ultraderecha cubana describe una
órbita que va de la gesta caballeresca a los gestos de desfachatez. Nadie podía
imaginar en verdad una decadencia tan poco heroica.
En este
exacto minuto en el que escribo sin hacer el cálculo de los riesgos posibles,
es decir, sin hacer política con el ojo puesto en los otros, pienso en 1993.
Por estas fechas, una persona que hoy se me revela con un coraje inmenso (a no
confundir con la guapería) tuvo el valor de afirmar ante el rostro duro de
Miami que, creo citar textualmente, "prefería dialogar con un partido
comunista reformado que con la ultraderecha cubana". Entonces, Rolando Prats,
quien era Coordinador de la Corriente Socialista Democrática Cubana, recibió
una andanada de doctas críticas, con un alto costo para su carrera política,
por parte de algunos de sus compatriotas.
Hoy, como
decimos los cubanos, me quito el sombrero ante él. Tuvo la visión y la honradez
de decir lo que pensaba sin ira y sin saña. Yo sólo lamento no haber defendido
con la fuerza suficiente sus derechos como libre pensador.
Porque el
anticastrismo no me parece esencialmente democrático. Propone destruir, y
destruye, todo el piso ético de la conducta humana tras la meta rosa de
convertir a Cuba en una hacienda próspera, de libertad y resurrección moral. Y
en este modelo de conducta democrática y ejemplar, sustituye el debate
civilizado de las razones por el combate primitivo de los instintos en el que
la imagen y el cuerpo de un niño adquieren una dimensión sacrificial.
Elián
desnuda y despedaza a la ultraderecha. Pocas veces he visto diseñar risueña y
metódicamente un proyecto tan eficaz de pública autodestrucción.
Todas las
derechas del mundo se retroalimentan sobre sus propios fundamentos. La
norteamericana, a falta de una autoridad intelectual, busca una buena
interpretación del cristianismo para darle gracia, trascendencia y cohesión a
su proyecto político. La francesa, que respeta más a las autoridades, pasa por
De Gaulle y a veces llega hasta Maurras para enfrentar la sólida maquinaria
intelectual de sus coterráneos de izquierda. A la ultraderecha cubana, que con
cada paso que da pierde la ocasión de convertirse en una derecha vistosa, no se
le ocurre otra cosa que utilizar a un niño como baldón y texto de una
estrategia que no ha sabido afinar. Le Pen y Haider, senior y junior de la
ultraderecha europea, tienen aquí una buena oportunidad para palidecer.
Con ello,
la ultraderecha no contribuye a reedificar el sentido de lo político. Más bien
sigue haciendo política a la cubana: arte original por la cual el poder diseña,
administra y echa a rodar las pasiones producidas por los odios.
De este
modo, la política cubana asume una pose dramática, provocando que el dramatismo
de la pelea por el poder se superponga a los conflictos profundos y reales.
Cuando
Jesús Díaz nos invita a comprender el asunto Elián en la clave del diferendo
Cuba-USA, está otorgándole al conflicto una densidad histórica que parece real
por su evidencia. Pero yerra en la caracterización específica de una batalla
absurda. Porque pocas veces los gobiernos de Cuba y de los E.U. han coincidido
con tanta rapidez, si tomamos en cuenta que muchas veces no han encontrado el
modo racional de entenderse. Por ello, no son los historiadores y los
politólogos los más indicados para explicar lo que está ocurriendo. Este asunto
pertenece al doble terreno de la axiología -la empresa intelectual que tiene
que ver con los valores- y de la sicología -la ciencia social que tiene que ver
con la forma mentis, la mentalidad. El asunto tiene efectos políticos, pero la
política no lo explica.
Yo no veo
ninguna relación causa-efecto, ninguna regularidad entre el rechazo al comunismo
y la utilización morbosa de un menor para una causa política que debía tener
banderas mayores. Veo, sin embargo, un vínculo muy estrecho entre la
frustración y la irracionalidad. Y si esta frustración es resultado de aquel
comunismo, esto sólo explica los efectos que producen determinadas derrotas y
la estructura moral de los derrotados, no la reacción natural ante la
expropiación, la supresión de los derechos humanos y la condición de exiliado.
El caso
de Elián sólo podía convertirse en el asunto Elián porque hace mucho tiempo que
el arte de la política ha sido sustituido entre nosotros por el arte de la
dramaturgia. Y en este último, todo depende de los actores específicos del
reparto. Y en el arte lo que importa a los actores es darle fuerza dramática a
sus personajes.
Estudiar
el papel una y otra vez, memorizar el guión hasta convertirlo en un discurso
espontáneo, moverse en medio del trucaje y los efectos especiales, ensayar las
poses más impactantes y lograr el mayor efecto en el espectador son las cosas
que, básicamente, hace y busca el actor. También, por supuesto, dinero.
En esta
conversión, poco importa que las historias representadas sean reales e
impliquen el destino de una nación. Lo interesante y productivo para estos
actores es que sus papeles no pierdan el rol protagónico, y que su poder y sus
bolsillos no se resientan. Y si los espectadores deciden encender las luces de
la sala, entornar las butacas y volverse sobre sus pies, peor, entonces, para
ellos. No hay salidas al alcance. Hay una historia que representar y los
espectadores deben convertirse involuntariamente en actores.
Dentro de
esta dramaturgia cubana existe de todo: exageración, aullidos, golpes de pecho,
gritería, amenazas, autismo actoral, música difónica y representación ridícula;
al punto de que se utiliza a un niño en escenas obscenas para las que no está
preparado.
¿Qué
pretende la ultraderecha con estas incomprensibles cabriolas?
Atraer
una vez más la luz hacia su escenario. Esta puede ser una buena razón política
para entender su movida infantil. Porque hace ya un buen tiempo que mucha gente
secretea en voz alta que la cosa se resuelve en Cuba y con cubanos de buena
voluntad ... con todas las ideologías incluidas.
Y para
atraer más la luz sobre su escenario, la ultraderecha sacrifica un conjunto de
buenas causas: la causa y la suerte de los prisioneros políticos en Cuba, la
causa de los cubanos que sin luz intentan, no sé si racionalmente, abrirse paso
por nuestras avenidas para exigir sus derechos, la causa de aquellos
norteamericanos que reclaman también a sus hijos secuestrados y la causa de
todos los que de distinta manera aportan su grano de arena para la
democratización de Cuba.
Otorga,
también, un número de buenos pretextos: un pretexto para revivir el
nacionalismo a la vieja usanza, un pretexto para ser fotografiada in fraganti
frente a cubanos de nueva generación que sólo tenían una vaga y pobre idea de
lo que las ultraderechas significan y un pretexto para confirmar, sé que estoy
exagerando, que la libertad en los Estados Unidos comienza después de la
Florida.
¿Que
cuáles comentarios me suscita la postura del gobierno cubano frente a este
asunto? Confieso que muy pocos.
Siempre
me ha resultado redundante acusar al gobierno cubano de ser y actuar como el
gobierno cubano. Frente a él se trata de abismar la distancia entre sus dichos
y sus hechos. Si logramos que no se comporte como dice, de seguro que habremos
avanzado un buen trecho en nuestros propósitos; si no, habremos fortalecido
nuestras convicciones.
De modo
que en mi opinión, las autoridades cubanas han actuado, en este caso, con
método, su método. Y aunque quisieran, no podrían manipular a Elián. Otra cosa
es que se han aprovechado del asunto Elián. Pero, no conozco clase política
alguna que no saque ventajas de una situación que no ofrece costos. Y repito,
según su método.
Juegos de
habilidad pública con el calendario (las famosas 72 horas), marchas reales para
muchos y virtuales para todos -que actúan como espesos telones para cubrir unos
cuantos desplazamientos hostiles de la policía política- mesas redondas de
expertos, chistes callejeros, sensibilidades sinceras y hastío social
constituyen el cóctel revolucionario de los últimos cuarenta años.
Sé que el
gobierno cubano podía haber actuado de otro modo. Aplicar una política de
Estado, respaldando al padre de Elián con un buen equipo de jurisconsultos,
estaba entre las opciones político-administrativas para afrontar el caso. Pero
yo puedo asegurar, desde mi corta experiencia política, que allí donde las
autoridades cubanas puedan aplicar una política revolucionaria, en sustitución
de una política de Estado, dirán: aquí yace nuestra mina de oro.
La
cuestión es saber si podemos actuar contra el fondo de nuestra propia memoria
histórica para evitar que se repita nuestro calendario sempiterno, y si en
nuestro debate político nos está permitido actuar como los otros.
Las
autoridades cubanas constituyen esos otros que un buen día decidimos no imitar.
En esto existe un común acuerdo. El asunto Elián demuestra, para los que
albergaban dudas, que existen otros "otros" a los que tampoco se
puede imitar.
Los otros "otros"
son la ultraderecha.
Y la caída
lenta y precisa del telón sobre su escenario es un dato que circula por todas
las capitales del mundo civilizado. Hecho inadmisible para ella, busca a toda
costa, y sin reparar en los costos, reafirmarse como la testa coronada de la
democratización de Cuba. Intenta hacer ver, y no pocas veces lo ha logrado, que
los únicos adversarios de talla, poder y capacidad se mueven en sus pasillos y
lunetas, y que su desaparición dejaría las cosas en Cuba más o menos como están.
No pocos en el mundo les han creído y de paso nos han visto, a los cubanos de
adentro, como unos corifeos sin voz propia, música y guión. Ello, ha alimentado
su pretendida capacidad para ofrecer sinecuras, legitimidades e investiduras.
Pero Elián
ofrece una buena oportunidad, no para aprovecharnos políticamente de él, sino
para advertir que el anticastrismo no guarda ninguna relación con los soportes
éticos y estructurales de la democracia, y que la posibilidad de desdramatizar
el conflicto cubano, si es que queremos hacer política posible, pasa por
deshacernos de sus virulencias.
En cuanto a
mí, sólo puedo estar en este caso del lado del derecho y de los valores
humanos. Del lado de Cuba y de Juan Miguel.
Este señor Manuel Cuesta Morua es un sirviente del régimen castrista.Desde el momento que dijo estar dispuesto a trabajar con Raúl para democratizar a Cuba y que su partido Arco Progresista formaría parte de la canalla Unidad en la Diversidad Socialista,suficiente para llegar a la conclusión de que es un traidor a la lucha por la libertad de Cuba.
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