sábado, 7 de febrero de 2015

ASI PENSABA Y ESCRIBIA MANUEL CUESTA MORUA EN EL 2000


CUESTA MORUA Y ELIAN
ASI PENSABA Y ESCRIBIA MANUEL CUESTA MORUA EN EL AÑO 2000
PARA CUBANET
Elián y la dramaturgia política del cubano

Manuel Cuesta Morúa (Corriente Socialista Democrática Cubana)
LA HABANA, febrero - Debo empezar diciendo que pretendo escribir un artículo para la prensa sin ser periodista de oficio, oficioso o independiente.

Sigo diciendo a continuación que no lo hago, es decir, escribir el artículo, en mi condición de político o de alguien que quiere serlo. Tampoco como representante de una organización política opositora. Debo eximir, por tanto, a mis compañeros, a aquéllos que represento, de cualquier responsabilidad por las ideas que aquí pienso exponer. En cualquier caso, si la publicación de estos comentarios atrae consecuencias negativas para la izquierda democrática cubana mis compatriotas saben exactamente lo que pueden y deben hacer.

Y entro en materia con una afirmación lapidaria y controversial.

La agonía de la extrema derecha cubana adquiere un tono cadavérico. Y para que no haya dudas sobre esta recaída comatosa, nada mejor que observar el modo patético en que utiliza la inocencia en su combate anticastrista de las mil y una noches.

En el asunto de Bahía de Cochinos esta ultraderecha había fracasado. Pero aquella derrota militar conservaba una resaca épica que le daba lustre a los ojos de todos los combatientes de su "libertad". En 1961 podía decirse que sólo tenía de su parte un error político. Con el caso Elián, por el contrario, degenera su guerra en el estrépito ruidoso de una retirada antiestética y sin honor. Y a su error político agrega, ahora, un horror moral.

Así, de Bahía de Cochinos a Elián, el astro de la ultraderecha cubana describe una órbita que va de la gesta caballeresca a los gestos de desfachatez. Nadie podía imaginar en verdad una decadencia tan poco heroica.

En este exacto minuto en el que escribo sin hacer el cálculo de los riesgos posibles, es decir, sin hacer política con el ojo puesto en los otros, pienso en 1993. Por estas fechas, una persona que hoy se me revela con un coraje inmenso (a no confundir con la guapería) tuvo el valor de afirmar ante el rostro duro de Miami que, creo citar textualmente, "prefería dialogar con un partido comunista reformado que con la ultraderecha cubana". Entonces, Rolando Prats, quien era Coordinador de la Corriente Socialista Democrática Cubana, recibió una andanada de doctas críticas, con un alto costo para su carrera política, por parte de algunos de sus compatriotas.

Hoy, como decimos los cubanos, me quito el sombrero ante él. Tuvo la visión y la honradez de decir lo que pensaba sin ira y sin saña. Yo sólo lamento no haber defendido con la fuerza suficiente sus derechos como libre pensador.

Porque el anticastrismo no me parece esencialmente democrático. Propone destruir, y destruye, todo el piso ético de la conducta humana tras la meta rosa de convertir a Cuba en una hacienda próspera, de libertad y resurrección moral. Y en este modelo de conducta democrática y ejemplar, sustituye el debate civilizado de las razones por el combate primitivo de los instintos en el que la imagen y el cuerpo de un niño adquieren una dimensión sacrificial.

Elián desnuda y despedaza a la ultraderecha. Pocas veces he visto diseñar risueña y metódicamente un proyecto tan eficaz de pública autodestrucción.

Todas las derechas del mundo se retroalimentan sobre sus propios fundamentos. La norteamericana, a falta de una autoridad intelectual, busca una buena interpretación del cristianismo para darle gracia, trascendencia y cohesión a su proyecto político. La francesa, que respeta más a las autoridades, pasa por De Gaulle y a veces llega hasta Maurras para enfrentar la sólida maquinaria intelectual de sus coterráneos de izquierda. A la ultraderecha cubana, que con cada paso que da pierde la ocasión de convertirse en una derecha vistosa, no se le ocurre otra cosa que utilizar a un niño como baldón y texto de una estrategia que no ha sabido afinar. Le Pen y Haider, senior y junior de la ultraderecha europea, tienen aquí una buena oportunidad para palidecer.

Con ello, la ultraderecha no contribuye a reedificar el sentido de lo político. Más bien sigue haciendo política a la cubana: arte original por la cual el poder diseña, administra y echa a rodar las pasiones producidas por los odios.

De este modo, la política cubana asume una pose dramática, provocando que el dramatismo de la pelea por el poder se superponga a los conflictos profundos y reales.
Cuando Jesús Díaz nos invita a comprender el asunto Elián en la clave del diferendo Cuba-USA, está otorgándole al conflicto una densidad histórica que parece real por su evidencia. Pero yerra en la caracterización específica de una batalla absurda. Porque pocas veces los gobiernos de Cuba y de los E.U. han coincidido con tanta rapidez, si tomamos en cuenta que muchas veces no han encontrado el modo racional de entenderse. Por ello, no son los historiadores y los politólogos los más indicados para explicar lo que está ocurriendo. Este asunto pertenece al doble terreno de la axiología -la empresa intelectual que tiene que ver con los valores- y de la sicología -la ciencia social que tiene que ver con la forma mentis, la mentalidad. El asunto tiene efectos políticos, pero la política no lo explica.

Yo no veo ninguna relación causa-efecto, ninguna regularidad entre el rechazo al comunismo y la utilización morbosa de un menor para una causa política que debía tener banderas mayores. Veo, sin embargo, un vínculo muy estrecho entre la frustración y la irracionalidad. Y si esta frustración es resultado de aquel comunismo, esto sólo explica los efectos que producen determinadas derrotas y la estructura moral de los derrotados, no la reacción natural ante la expropiación, la supresión de los derechos humanos y la condición de exiliado.

El caso de Elián sólo podía convertirse en el asunto Elián porque hace mucho tiempo que el arte de la política ha sido sustituido entre nosotros por el arte de la dramaturgia. Y en este último, todo depende de los actores específicos del reparto. Y en el arte lo que importa a los actores es darle fuerza dramática a sus personajes.

Estudiar el papel una y otra vez, memorizar el guión hasta convertirlo en un discurso espontáneo, moverse en medio del trucaje y los efectos especiales, ensayar las poses más impactantes y lograr el mayor efecto en el espectador son las cosas que, básicamente, hace y busca el actor. También, por supuesto, dinero.

En esta conversión, poco importa que las historias representadas sean reales e impliquen el destino de una nación. Lo interesante y productivo para estos actores es que sus papeles no pierdan el rol protagónico, y que su poder y sus bolsillos no se resientan. Y si los espectadores deciden encender las luces de la sala, entornar las butacas y volverse sobre sus pies, peor, entonces, para ellos. No hay salidas al alcance. Hay una historia que representar y los espectadores deben convertirse involuntariamente en actores.

Dentro de esta dramaturgia cubana existe de todo: exageración, aullidos, golpes de pecho, gritería, amenazas, autismo actoral, música difónica y representación ridícula; al punto de que se utiliza a un niño en escenas obscenas para las que no está preparado.
¿Qué pretende la ultraderecha con estas incomprensibles cabriolas?

Atraer una vez más la luz hacia su escenario. Esta puede ser una buena razón política para entender su movida infantil. Porque hace ya un buen tiempo que mucha gente secretea en voz alta que la cosa se resuelve en Cuba y con cubanos de buena voluntad ... con todas las ideologías incluidas.

Y para atraer más la luz sobre su escenario, la ultraderecha sacrifica un conjunto de buenas causas: la causa y la suerte de los prisioneros políticos en Cuba, la causa de los cubanos que sin luz intentan, no sé si racionalmente, abrirse paso por nuestras avenidas para exigir sus derechos, la causa de aquellos norteamericanos que reclaman también a sus hijos secuestrados y la causa de todos los que de distinta manera aportan su grano de arena para la democratización de Cuba.

Otorga, también, un número de buenos pretextos: un pretexto para revivir el nacionalismo a la vieja usanza, un pretexto para ser fotografiada in fraganti frente a cubanos de nueva generación que sólo tenían una vaga y pobre idea de lo que las ultraderechas significan y un pretexto para confirmar, sé que estoy exagerando, que la libertad en los Estados Unidos comienza después de la Florida.

¿Que cuáles comentarios me suscita la postura del gobierno cubano frente a este asunto? Confieso que muy pocos.

Siempre me ha resultado redundante acusar al gobierno cubano de ser y actuar como el gobierno cubano. Frente a él se trata de abismar la distancia entre sus dichos y sus hechos. Si logramos que no se comporte como dice, de seguro que habremos avanzado un buen trecho en nuestros propósitos; si no, habremos fortalecido nuestras convicciones.

De modo que en mi opinión, las autoridades cubanas han actuado, en este caso, con método, su método. Y aunque quisieran, no podrían manipular a Elián. Otra cosa es que se han aprovechado del asunto Elián. Pero, no conozco clase política alguna que no saque ventajas de una situación que no ofrece costos. Y repito, según su método.

Juegos de habilidad pública con el calendario (las famosas 72 horas), marchas reales para muchos y virtuales para todos -que actúan como espesos telones para cubrir unos cuantos desplazamientos hostiles de la policía política- mesas redondas de expertos, chistes callejeros, sensibilidades sinceras y hastío social constituyen el cóctel revolucionario de los últimos cuarenta años.

Sé que el gobierno cubano podía haber actuado de otro modo. Aplicar una política de Estado, respaldando al padre de Elián con un buen equipo de jurisconsultos, estaba entre las opciones político-administrativas para afrontar el caso. Pero yo puedo asegurar, desde mi corta experiencia política, que allí donde las autoridades cubanas puedan aplicar una política revolucionaria, en sustitución de una política de Estado, dirán: aquí yace nuestra mina de oro.

La cuestión es saber si podemos actuar contra el fondo de nuestra propia memoria histórica para evitar que se repita nuestro calendario sempiterno, y si en nuestro debate político nos está permitido actuar como los otros.

Las autoridades cubanas constituyen esos otros que un buen día decidimos no imitar. En esto existe un común acuerdo. El asunto Elián demuestra, para los que albergaban dudas, que existen otros "otros" a los que tampoco se puede imitar.

Los otros "otros" son la ultraderecha.

Y la caída lenta y precisa del telón sobre su escenario es un dato que circula por todas las capitales del mundo civilizado. Hecho inadmisible para ella, busca a toda costa, y sin reparar en los costos, reafirmarse como la testa coronada de la democratización de Cuba. Intenta hacer ver, y no pocas veces lo ha logrado, que los únicos adversarios de talla, poder y capacidad se mueven en sus pasillos y lunetas, y que su desaparición dejaría las cosas en Cuba más o menos como están. No pocos en el mundo les han creído y de paso nos han visto, a los cubanos de adentro, como unos corifeos sin voz propia, música y guión. Ello, ha alimentado su pretendida capacidad para ofrecer sinecuras, legitimidades e investiduras.

Pero Elián ofrece una buena oportunidad, no para aprovecharnos políticamente de él, sino para advertir que el anticastrismo no guarda ninguna relación con los soportes éticos y estructurales de la democracia, y que la posibilidad de desdramatizar el conflicto cubano, si es que queremos hacer política posible, pasa por deshacernos de sus virulencias.

En cuanto a mí, sólo puedo estar en este caso del lado del derecho y de los valores humanos. Del lado de Cuba y de Juan Miguel.

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1 comentario:

Unknown dijo...

Este señor Manuel Cuesta Morua es un sirviente del régimen castrista.Desde el momento que dijo estar dispuesto a trabajar con Raúl para democratizar a Cuba y que su partido Arco Progresista formaría parte de la canalla Unidad en la Diversidad Socialista,suficiente para llegar a la conclusión de que es un traidor a la lucha por la libertad de Cuba.