La historia real: Señor Saladrigas: No cuente conmigo.
Monday, July 4, 2011 | Por Vicente P. Escobal
MIAMI, Florida,
WWW.CUBANET.ORG
Bajo el sugestivo título “Cuba y su diáspora: el desafío de facilitar un reencuentro” , el señor Carlos Saladrigas ha convocado a todos los cubanos a una cruzada por la reconciliación, el dialogo y la marcha hacia el futuro, según un trabajo recientemente divulgado por el Suplemento Digital “Espacio Laical”, una publicación del Consejo Arquidiocesano de Laicos de la Arquidiócesis de La Habana.
Inspirado por una urgente necesidad de traspasar las barreras que durante décadas han separado a los cubanos a ambos lados del Estrecho de la Florida, el señor Saladrigas nos ofrece una extensa y variada colección de consejos, exhortaciones, sugerencias e incluso críticas y amonestaciones.
No deseo llevar al terreno de las dudas, ni la confrontación, ni las descalificaciones los buenos designios del señor Saladrigas y su vehemente esperanza por encontrar una solución que destruya esas barreras. Es más, lo acompaño en algunas de sus observaciones porque reflejan pureza y transparencia, rociada por pequeñas gotas de ingenuidad.
Comparto, sobre todo, su análisis sobre la importancia económica y política conquistada por el exilio cubano en el sur de Florida y su diferencia del resto de las olas migratorias que han formado parte de lo que es hoy Estados Unidos. Pero hay algunos pensamientos del señor Saladrigas que, desde mi punto de vista, vale la pena profundizar en ellos.
No se mencionan en “Cuba y su diáspora…” los esfuerzos del régimen cubano encaminados a sembrar la discordia y la desunión entre los que se fueron y los que se quedaron, calificando a aquellos de traidores y a estos de patriotas creando de esta manera una atmósfera que eclipsa todo intento por mantener encendida la llama de la hermandad y la concordia entre los cubanos.
Los que se fueron aun cargan sobre sus hombros el peso del castigo por haber expresado su deseo de emigrar o los ofensivos actos de repudio, las extenuantes jornadas en los cañaverales, la frialdad y fealdad de las mazmorras, las vejaciones y las más sorprendentes violaciones de sus derechos humanos y divinos. Cargan la descarga de los fusiles, el brutal registro de su vivienda, la inolvidable muerte de un ser querido, el despojo de una propiedad bien habida. Cargan los horrores de aquel sistema, no sus errores. Porque todo fue fríamente calculado y ejecutado. Era necesario que la sociedad cubana se sintiera invadida por el más autoritario, espeluznante, inmenso, total desamparo.
A los que se quedaron los educaron en el odio, en espiar y delatar al vecino, en el desprecio a los valores del espíritu. Los enseñaron a repudiar el trabajo honrado y a supeditar las relaciones interpersonales al estrecho ámbito de las posiciones ideológicas. Y, señalémoslo con total franqueza, les avivaron las pasiones más bajas y los instintos más retorcidos: envidia, rencor, intolerancia.
¿De qué materia está conformada la disconformidad de los que se quedaron? ¿Responden a honestos principios éticos y morales o a una extensa penuria de bienes materiales? ¿Se desenlazarán los nudos de los desencuentros, los tabúes y las suspicacias reciprocas a través de raudales de dólares y baratijas? ¿Conseguiría un turismo embriagado de ron, maracas, rumba y cuban señoritas devolverles al cubano su libertad, su independencia y su identidad?
El trillado argumento de los voceros de la tiranía castrista se fundamenta en la teoría de que los cubanos del exilio somos cómplices del pasado, aliados de Estados Unidos en sus hipotéticos proyectos anexionistas, dispuestos a lanzar un zarpazo contra nuestros compatriotas. Culpan al exilio, incluso, de las medidas implantadas por once administraciones estadounidenses.
Por su edad y su experiencia, el señor Saladrigas sabe muy bien que esas medidas corresponden a una decisión unilateral. Estados Unidos tiene sus intereses geopolíticos. El exilio sus valores.
La política de Estados Unidos respecto a Cuba se parece mucho a la promovida por los soviéticos respecto a occidente durante la llamada Guerra Fría, es decir la coexistencia pacífica: te acepto como eres y prometo solemnemente no hacer nada en tu contra. Solo te pido a cambio reciprocidad.
Al concluir la lectura de “Cuba y su diáspora…” me quedó la impresión de que el señor Saladrigas pretende que el exilio pida perdón a la tiranía y se deje rendir por la desidia y la complicidad.
Mucho antes de que el señor Saladrigas incursionara en el movedizo lodazal de las reconciliaciones, el exilio cubano ya había demostrado de mil maneras diferentes su vocación solidaria hacia sus compatriotas de la Isla sobre todo ante las difíciles circunstancias que aparecen luego del paso de un devastador huracán o apoyando las propuestas patrióticas y dignas de la resistencia interna.
Si a lo que se aspira es a “perfeccionar” el comunismo, a entregarles a los verdugos del pueblo cubano una declaración de “perdón y olvido” y traicionar la memoria de nuestros entrañables mártires entonces, señor Saladrigas, no cuente conmigo.
MIAMI, Florida,
WWW.CUBANET.ORG
Bajo el sugestivo título “Cuba y su diáspora: el desafío de facilitar un reencuentro” , el señor Carlos Saladrigas ha convocado a todos los cubanos a una cruzada por la reconciliación, el dialogo y la marcha hacia el futuro, según un trabajo recientemente divulgado por el Suplemento Digital “Espacio Laical”, una publicación del Consejo Arquidiocesano de Laicos de la Arquidiócesis de La Habana.
Inspirado por una urgente necesidad de traspasar las barreras que durante décadas han separado a los cubanos a ambos lados del Estrecho de la Florida, el señor Saladrigas nos ofrece una extensa y variada colección de consejos, exhortaciones, sugerencias e incluso críticas y amonestaciones.
No deseo llevar al terreno de las dudas, ni la confrontación, ni las descalificaciones los buenos designios del señor Saladrigas y su vehemente esperanza por encontrar una solución que destruya esas barreras. Es más, lo acompaño en algunas de sus observaciones porque reflejan pureza y transparencia, rociada por pequeñas gotas de ingenuidad.
Comparto, sobre todo, su análisis sobre la importancia económica y política conquistada por el exilio cubano en el sur de Florida y su diferencia del resto de las olas migratorias que han formado parte de lo que es hoy Estados Unidos. Pero hay algunos pensamientos del señor Saladrigas que, desde mi punto de vista, vale la pena profundizar en ellos.
No se mencionan en “Cuba y su diáspora…” los esfuerzos del régimen cubano encaminados a sembrar la discordia y la desunión entre los que se fueron y los que se quedaron, calificando a aquellos de traidores y a estos de patriotas creando de esta manera una atmósfera que eclipsa todo intento por mantener encendida la llama de la hermandad y la concordia entre los cubanos.
Los que se fueron aun cargan sobre sus hombros el peso del castigo por haber expresado su deseo de emigrar o los ofensivos actos de repudio, las extenuantes jornadas en los cañaverales, la frialdad y fealdad de las mazmorras, las vejaciones y las más sorprendentes violaciones de sus derechos humanos y divinos. Cargan la descarga de los fusiles, el brutal registro de su vivienda, la inolvidable muerte de un ser querido, el despojo de una propiedad bien habida. Cargan los horrores de aquel sistema, no sus errores. Porque todo fue fríamente calculado y ejecutado. Era necesario que la sociedad cubana se sintiera invadida por el más autoritario, espeluznante, inmenso, total desamparo.
A los que se quedaron los educaron en el odio, en espiar y delatar al vecino, en el desprecio a los valores del espíritu. Los enseñaron a repudiar el trabajo honrado y a supeditar las relaciones interpersonales al estrecho ámbito de las posiciones ideológicas. Y, señalémoslo con total franqueza, les avivaron las pasiones más bajas y los instintos más retorcidos: envidia, rencor, intolerancia.
¿De qué materia está conformada la disconformidad de los que se quedaron? ¿Responden a honestos principios éticos y morales o a una extensa penuria de bienes materiales? ¿Se desenlazarán los nudos de los desencuentros, los tabúes y las suspicacias reciprocas a través de raudales de dólares y baratijas? ¿Conseguiría un turismo embriagado de ron, maracas, rumba y cuban señoritas devolverles al cubano su libertad, su independencia y su identidad?
El trillado argumento de los voceros de la tiranía castrista se fundamenta en la teoría de que los cubanos del exilio somos cómplices del pasado, aliados de Estados Unidos en sus hipotéticos proyectos anexionistas, dispuestos a lanzar un zarpazo contra nuestros compatriotas. Culpan al exilio, incluso, de las medidas implantadas por once administraciones estadounidenses.
Por su edad y su experiencia, el señor Saladrigas sabe muy bien que esas medidas corresponden a una decisión unilateral. Estados Unidos tiene sus intereses geopolíticos. El exilio sus valores.
La política de Estados Unidos respecto a Cuba se parece mucho a la promovida por los soviéticos respecto a occidente durante la llamada Guerra Fría, es decir la coexistencia pacífica: te acepto como eres y prometo solemnemente no hacer nada en tu contra. Solo te pido a cambio reciprocidad.
Al concluir la lectura de “Cuba y su diáspora…” me quedó la impresión de que el señor Saladrigas pretende que el exilio pida perdón a la tiranía y se deje rendir por la desidia y la complicidad.
Mucho antes de que el señor Saladrigas incursionara en el movedizo lodazal de las reconciliaciones, el exilio cubano ya había demostrado de mil maneras diferentes su vocación solidaria hacia sus compatriotas de la Isla sobre todo ante las difíciles circunstancias que aparecen luego del paso de un devastador huracán o apoyando las propuestas patrióticas y dignas de la resistencia interna.
Si a lo que se aspira es a “perfeccionar” el comunismo, a entregarles a los verdugos del pueblo cubano una declaración de “perdón y olvido” y traicionar la memoria de nuestros entrañables mártires entonces, señor Saladrigas, no cuente conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario