Foto Google Internet
escenario por donde se escaparon los que
secuestraron el Tren Cañero (Cuba-1968)
sostienen un retrato de Conradito, hijo de éste muerto
en la acción de fuga
Foto de familia
Conrado Vázquez, uno de los líderes del secuestro. Foto de familia
EL TREN SECUESTRADO EN LA
BAHIA DE GUANTANAMO-1968
Por Ismael Lorenzo
Para la Revista EXITO
Desde la medianoche, en los cañaverales cercanos al central Cecilia, esperaban el tren para Boquerón (Bahía de Guantánamo), de horario secreto. Una semana antes habían aguardado en vano. Hoy era 24 de febrero de 1968. La frialdad de la madrugada empezaba a entumecerlos cuando, alrededor de las cuatro, oyeron el ruido de la locomotora y los vagones cargados de azucar.
El tren se detuvo en espera de vía libre. Cuando arrancaba ya de nuevo, José Vásquez, mecánico de diesel pero ahora en uniforme verde olivo, y su hermano Conrado, retranquero ferroviario, corrieron hacia la locomotora gritando que había en los vagones un infiltrado queriendo escapar a la base naval USA. El maquinista detuvo el convoy de inmediato, y José y Conrado subieron y encañonaron a la dotación.
Unas semanas antes, en complicidad con otro hermano, habían asaltado una unidad militar y se apoderaron de tres AKM, varias pistolas, y municiones. Esta acción le costó una sentencia de 25 años al hermano de ellos que servía como recluta. Nunca la terminó; lo mataron misteriosamente en prisión.
Seis complotados más, también armados, saltaron dentro de la locomotora. Entre ellos, un hijo de José, de 20 años, y dos de Conrado.
Mientras José ponía en marcha el tren, otros de los que también habían subido, saltando de vagón en vagón, llegaron al ultimo, donde uno de los empleados, notando que algo andaba mal, se había tirado a tierra y dirigido al ingenio.
A media milla de camino, cinco mujeres y más de media docena de hombres abordaron el tren a los gritos de “¡Viva la revolución!”, “¡Vamos a cortar caña!”. El tren siguió a toda velocidad hacia Boquerón. Al pasar una garita militar, uno de los complotados, en uniforme, saludó militarmente, y el guardia respondió. Cuando en una segunda posta el guardia contestó el saludo, el complotado, sin vacilar, le hizo un gesto obsceno. Allí comenzaron los tiros.
La próxima posta comenzó a disparar cuando tuvo el tren a la vista. Amanecía. Poco antes de la siete de la mañana el convoy se acercó a las salina. A unos 200 metros de la cerca de la base.
Una vez llegado el tren de la salina. Conrado quiso que su hermano lo detuviera, pues si bien la distancia era un poco mayor, no había guardia. José dijo que no, pues quería detener el tren más adelante, donde había otra posta, pero a solo 50 metros de la cerca.
El tren continuo cuesta arriba mientras los dos hermanos proseguían su acalorada discusion, hasta que José se decidió por un término medio y detuvo él el convoy.
Frente a ellos había un centinela a quien José le tiró con su AKM. El soldado, quien acababa de quitarse una bota, salió corriendo. Sus pies, en la penumbra del amanecer, se veían uno negro, con la otra bota, y uno blanco, descalzo.
Juan José Vázquez, “La Araña”, hijo de José, había saltado del tren en un manglar, enterrándose en el fango hasta las rodillas. Las cinco mujeres también se habían tirado. El viejo José les gritó que lo siguieran y, caminando por el borde de la línea férrea, llegó a suelo firme y comenzó a correr hacia la base USA.
Conrado no siguió el camino de su hermano sino que se lanzó directamente a través de los manglares con sus dos hijos. “La Araña” lo siguió con lentitud para la ocasión, él que había ganado su apodo porque en los juegos de béisbol decían que corría con tanta velocidad que parecía tener ocho patas.
Un guardia fronterizo salió de entre los mangles inesperadamente frente a Conrado, pero retrocedió atemorizado sin disparar cuando éste sacó el machete. Desde a pie de la cuesta los soldados castristas comenzaron a disparar. Conrado cogió hacia la izquierda con uno de sus hijos. El otro, Conradito, cayó empapado en sangre. Su primo “La Araña” se hallaba a unos 25 metros de la cerca y oía a los marines que le gritaban “ jump, jump”.
La “Araña” corrió a auxiliar a Conradito. En ese momento sintió un dolor en el muslo izquierdo; una bala lo había atravesado. Los fronterizos que disparaban desde abajo subieron a capturarlo.
El sol comenzaba a salir con toda su fuerza. Los marines disparaban sus armas; lo hicieron por largo tiempo, en espera de que algunos de los que hubieran quedado escondidos entre los mangles pudieran llegar hasta le cerca de peerles USA, según le contraron otros capturados a “La Araña” al encontrarse después en la Prisión de Boniato. Cinco fueron a parar allí, condenados a 10 años de cárcel; uno murió, Conradito Vásquez.
Quince consiguieron asilarse, entre ellos las cinco mujeres y los indómitos jefes de la acción, José y Conrado, quien recibió en el estómago un balazo pero que no le impidió saltar la cerca.
Luego de seis años de prisión, en 1974 Juan José, “La Araña”, quien se había acogido a los planes de rehabilitación y era menos vigilado, fue hasta la localidad de Yateras, al oeste de la base, y de ahí Salió con un amigo en auto. Se lanzaron del vehículo y, caminando toda la noche, atravesaron un campo minado y siete cercas que los separaban de la base USA, donde por fin esta vez “La Araña” sí pudo llegar. ◙
BAHIA DE GUANTANAMO-1968
Por Ismael Lorenzo
Para la Revista EXITO
Desde la medianoche, en los cañaverales cercanos al central Cecilia, esperaban el tren para Boquerón (Bahía de Guantánamo), de horario secreto. Una semana antes habían aguardado en vano. Hoy era 24 de febrero de 1968. La frialdad de la madrugada empezaba a entumecerlos cuando, alrededor de las cuatro, oyeron el ruido de la locomotora y los vagones cargados de azucar.
El tren se detuvo en espera de vía libre. Cuando arrancaba ya de nuevo, José Vásquez, mecánico de diesel pero ahora en uniforme verde olivo, y su hermano Conrado, retranquero ferroviario, corrieron hacia la locomotora gritando que había en los vagones un infiltrado queriendo escapar a la base naval USA. El maquinista detuvo el convoy de inmediato, y José y Conrado subieron y encañonaron a la dotación.
Unas semanas antes, en complicidad con otro hermano, habían asaltado una unidad militar y se apoderaron de tres AKM, varias pistolas, y municiones. Esta acción le costó una sentencia de 25 años al hermano de ellos que servía como recluta. Nunca la terminó; lo mataron misteriosamente en prisión.
Seis complotados más, también armados, saltaron dentro de la locomotora. Entre ellos, un hijo de José, de 20 años, y dos de Conrado.
Mientras José ponía en marcha el tren, otros de los que también habían subido, saltando de vagón en vagón, llegaron al ultimo, donde uno de los empleados, notando que algo andaba mal, se había tirado a tierra y dirigido al ingenio.
A media milla de camino, cinco mujeres y más de media docena de hombres abordaron el tren a los gritos de “¡Viva la revolución!”, “¡Vamos a cortar caña!”. El tren siguió a toda velocidad hacia Boquerón. Al pasar una garita militar, uno de los complotados, en uniforme, saludó militarmente, y el guardia respondió. Cuando en una segunda posta el guardia contestó el saludo, el complotado, sin vacilar, le hizo un gesto obsceno. Allí comenzaron los tiros.
La próxima posta comenzó a disparar cuando tuvo el tren a la vista. Amanecía. Poco antes de la siete de la mañana el convoy se acercó a las salina. A unos 200 metros de la cerca de la base.
Una vez llegado el tren de la salina. Conrado quiso que su hermano lo detuviera, pues si bien la distancia era un poco mayor, no había guardia. José dijo que no, pues quería detener el tren más adelante, donde había otra posta, pero a solo 50 metros de la cerca.
El tren continuo cuesta arriba mientras los dos hermanos proseguían su acalorada discusion, hasta que José se decidió por un término medio y detuvo él el convoy.
Frente a ellos había un centinela a quien José le tiró con su AKM. El soldado, quien acababa de quitarse una bota, salió corriendo. Sus pies, en la penumbra del amanecer, se veían uno negro, con la otra bota, y uno blanco, descalzo.
Juan José Vázquez, “La Araña”, hijo de José, había saltado del tren en un manglar, enterrándose en el fango hasta las rodillas. Las cinco mujeres también se habían tirado. El viejo José les gritó que lo siguieran y, caminando por el borde de la línea férrea, llegó a suelo firme y comenzó a correr hacia la base USA.
Conrado no siguió el camino de su hermano sino que se lanzó directamente a través de los manglares con sus dos hijos. “La Araña” lo siguió con lentitud para la ocasión, él que había ganado su apodo porque en los juegos de béisbol decían que corría con tanta velocidad que parecía tener ocho patas.
Un guardia fronterizo salió de entre los mangles inesperadamente frente a Conrado, pero retrocedió atemorizado sin disparar cuando éste sacó el machete. Desde a pie de la cuesta los soldados castristas comenzaron a disparar. Conrado cogió hacia la izquierda con uno de sus hijos. El otro, Conradito, cayó empapado en sangre. Su primo “La Araña” se hallaba a unos 25 metros de la cerca y oía a los marines que le gritaban “ jump, jump”.
La “Araña” corrió a auxiliar a Conradito. En ese momento sintió un dolor en el muslo izquierdo; una bala lo había atravesado. Los fronterizos que disparaban desde abajo subieron a capturarlo.
El sol comenzaba a salir con toda su fuerza. Los marines disparaban sus armas; lo hicieron por largo tiempo, en espera de que algunos de los que hubieran quedado escondidos entre los mangles pudieran llegar hasta le cerca de peerles USA, según le contraron otros capturados a “La Araña” al encontrarse después en la Prisión de Boniato. Cinco fueron a parar allí, condenados a 10 años de cárcel; uno murió, Conradito Vásquez.
Quince consiguieron asilarse, entre ellos las cinco mujeres y los indómitos jefes de la acción, José y Conrado, quien recibió en el estómago un balazo pero que no le impidió saltar la cerca.
Luego de seis años de prisión, en 1974 Juan José, “La Araña”, quien se había acogido a los planes de rehabilitación y era menos vigilado, fue hasta la localidad de Yateras, al oeste de la base, y de ahí Salió con un amigo en auto. Se lanzaron del vehículo y, caminando toda la noche, atravesaron un campo minado y siete cercas que los separaban de la base USA, donde por fin esta vez “La Araña” sí pudo llegar. ◙
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