'San Ignacio'
del skate: nuestro héroe en cuatro estampas definitivas
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JUN. 2017 10:29
Ignacio Echeverría
en una foto en las calles de Londres. En el letrero se lee: "Si estás
esperando por ese alguien especial que llegue y cambie tu vida para siempre...
Echa un vistazo en el espejo".
La noche en que quiso parar a los
yihadistas con su patinete no fue su primera batalla contra el fanatismo.
Combatía el terrorismo desde el banco donde trabajaba persiguiendo el blanqueo
de dinero de organizaciones mafiosas y terroristas
Llevaba en los genes la solidaridad:
un tío abuelo misionero, su madre defensora de mujeres maltratadas...
Era abogado de sus amigos 'skater',
los que le llamaban 'Abo'. Su truco estrella era 'el imposible'
Intentó salvar "a una chica rubia", según un
testigo. Coincide, en descripción y posición, con la australiana Sara Zeleniak,
víctima también... Ignacio luchó hasta morir por una puñalada por la espalda
Las paletas
separadas de Ignacio equilibraban una sonrisa plena, contagiosa, suya. Pelo
alborotado. Cuerpo fuerte, 175 centímetros de estatura, 85 kilogramos de peso,
de valentía inconmensurable. Ignacio,
como los superhéroes, era de aquellos que tenía dos vidas. De lunes a
viernes, en horario de oficina, corbata y traje impecables.
"Elegante", a decir de los que le conocieron como oficinista. Pero no
era un empleado de banca convencional. Era experto
en lucha contra el blanqueo de capitales y financiación del terrorismo.
Debajo de su mesa, como quien esconde su arma secreta, deslizándolo, su skateboard desgastado. Su patinete estaba allí
esperando que el horario se cumpla. Que salga de su letargo para cambiarse él
de ropa, enfundarse unos vaqueros resistentes Carhartt y zapatillas Vans
comidas por el asfalto. Y practicar su movimiento favorito, denominado imposible. El hombretón de 39 años, cumplidos el 25 de
mayo, que luchaba contra el terror financiero en uno de los bancos más grandes
del mundo, y el niño eterno que vibraba con su
skate, juntó sus dos mundos el pasado sábado 3 de junio.
Eran las 22:11. Vio
a una mujer rubia siendo atacada por tres
yihadistas en pleno
Londres. Cuchilladas, puñaladas. Nadie la defendía. Saltó de la bicicleta, dejó
a sus amigos atrás. Cogió su patinete por donde pudo. Para no perder el control
y que la tabla no se deslizara, la sostuvo también con las ruedas. Dio un golpe, otro. Con todas sus
fuerzas. Luchó solo. Primero contra uno. Después fueron contra él
dos. Khuram Butt, Rachid Redouane y Youssef Zaghba, lobos Daesh, se ensañaron.
Los aterrados viandantes ganaron, gracias a él, un tiempo valioso, segundos que
salvaron vidas... Él luchó hasta el estertor. Incluso desde el suelo siguió
dando golpes a los terroristas. Hasta que quedó inmóvil en el suelo. Abrazado a
su skate. Una puñalada mortal por la espalda, cobarde, le fulminó. Así
murió el "héroe del patinete", como le bautizó la BBC. Así nació su santidad.
Primera Estampa: Un joven comprometido contra la barbarie.
Combatió el terrorismo desde su PC
"Soy abogado
en España y obtuve una licenciatura en Derecho por la Universidad Complutense
de Madrid y una Maîtrise en Droit por la Université Panthéon Sorbonne, Paris 1,
habiendo cursado mis estudios tanto en España como en Francia", escribió Ignacio
Echeverría Miralles de Imperial en su curriculum vitae,
orgulloso de lo que había conseguido. Desde hacía tiempo había tenido en la
mira luchar contra el blanqueo de capitales. Y lo había conseguido con una hoja
de vida excelsa. Se graduó de abogado
en el año 2002 por esas dos reputadas universidades. Comenzó sus
labores como pasante en el estudio alemán Dr. Kreuzer & Coll. Para ello le
ayudó el dominio de cuatro idiomas: inglés, francés, alemán y español. Duró
siete meses, hasta mayo de 2003. Migró después a un despacho español. A la par iba perfeccionando sus saltos
en skate: sus ollies, brincos en 360 grados...
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Era el 'padre' que
llevaba en su Megane a los jóvenes que aún no tenían carné. CRÓNICA
Pasó un par de años
como trabajador público, entre 2003 y 2004, trabajó como técnico de comercio
exterior de la Comunidad de Abril en Bélgica. Después como asesor de la Agencia
Tributaria. Ya destacaba por llevar Expansión bajo
el brazo, a veces Cinco Días, y The Economist, Financial Times y The Wall Street Journal, en papel siempre que le era
posible. Desde 2006, que entró en el ABN Amro, se
imbuyó en el mundo de la banca privada y no salió de allí. Quería
luchar contra las barbaridades del sistema desde dentro. Pasó a la filial de
Natixis en España, hace una década, donde
comenzó su lucha contra la financiación del terrorismo.
Deslumbró en su
entrevista de trabajo con el Banco Popular, en 2009 [el que esta semana ha sido comprado por un euro por el Banco Santander y entonces una entidad con enorme reputación]. Le fichó Rafael Duarte, entonces
directivo de esa entidad y hoy alto
cargo de Bankinter. "No quiero decir nunca que era su jefe. Era un
amigo. Él fue un experto en crimen financiero. En adaptar las normativas
europeas de lucha de capitales. Siria, Irán, Libia, Qatar... sabía de
todo". Cuenta que era
común verlo dentro del banco con su skateboard que dejaba debajo de la mesa.
"Cuando acababa el horario, se quitaba la americana y se ponía de
urbanita... Y a vivir. Porque el siempre fue eso. Vital". Tenía en la
mochila, además, lector incansable, un par de libros.
Luego fue
contratado por el banco de origen libio Aresbanc,
julio de 2012, donde profundizó en los entramados societarios que usaban
los grupos yihadistas para colar su dinero en los grandes bancos. Él vigilaba las operaciones que se
realizaban desde Irán, Yemen o Arabia Saudí e incluso llegó a
viajar a Argelia en varias ocasiones. Sus informes eran irreprochables, pero
una discusión con un directivo de la entidad le llevó directamente a la cola
del paro en julio de 2015.
Porque Ignacio no sólo era capaz de plantarle
cara a un terrorista, sino también a altos directivos. "Su trabajo
era ser como un policía dentro del banco y le tocaba luchar contra gente que
quería ganar dinero haciendo transferencias dudosas", cuenta un
excompañero. "Su opinión la mantenía a pesar de las presiones", completa
Duarte. "Su rectitud y su concepto de la ética me constan"...
El
treintañero permaneció en las listas del INEM siete
meses. Mientras echaba currículums en
una banca aún en crisis en España, pasaba
las tardes entre los skateparks de Boadilla, Las Rozas y
Tetuán. "Como tenía coche nos íbamos moviendo. A nosotros siempre
nos llevaba porque no teníamos ni carné", cuenta un skater. Permanecía
siendo su escapatoria, especialmente en aquellos meses de transición.
En 2016, finalmente
encontró trabajo tras un proceso de selección durísimo de tres meses con
entrevistas individuales y grupales y tests psicotécnicos ingresó en uno de los bancos más
punteros del mundo: el HSBC (The Hong Kong and Shanghai Banking
Corporation). Es 2016 y este banco lleva varios años recibiendo serias
acusaciones, especialmente tras el escándalo Falciani, que desveló una magna evasión fiscal a nivel mundial. Y
más. En 2013, por ejemplo, recibió una multa de 1.470 millones por blanqueo de
capitales. "El mayor banco de Europa lavó dinero de
la droga, Irán, Siria y Arabia Saudí", decía el senado de EEUU. Fue
acusado de dar cobertura a organizaciones terroristas que blanquean a través de
sus operaciones financieras. El HSBC decide que es hora de cambiar de rumbo.
Aumenta su equipo de analistas expertos en money laundering (blanqueo
de capitales) y ficha a Ignacio por un sueldo que rondaba las 60.000 libras al
año. A él le gusta el reto, sabía de lo sucedido y era consciente de su gran
oportunidad. Su trabajo comenzaba a las ocho y media de la mañana en la oficina
londinense de Park Street....
Así describía el
propio Ignacio su misión, su combate desde su monitor de 19 pulgadas:
"Trabajo en Londres como analista de prevención de blanqueo de capitales
en un departamento de HSBC que elabora modelos de prevención del crimen
financiero. Trabajo específicamente en el modelo de
riesgo país y de riesgo cliente para la prevención del crimen financiero".
Su papel era similar al que realiza la joven auditora que contrata la CIA en la
serie Homeland que desgrana a la perfección la
colaboración que existía entre grandes bancos y organizaciones yihadistas.
Ignacio Echeverría
era el líder espiritual de su pandilla, la referencia en un grupo donde él era
el mayor. CRÓNICA
Uno de los
compañeros de Echeverría profundiza en lo que hacía en el HSBC: "Era como
un auditor que buscaba identificar
y evitar que el banco se vea involucrado en una operación fraudulenta cuyos
fondos provengan actividades ilícitas como falsos cheques, tarjetas falsas,
compañías tapadera... Cada vez que alguien quería hacer una operación bancaria
él hacía un screening". Esto es revisar
desde su ordenador todos los datos de la persona u organización que operaba con
el banco.
Vigilaba que las
transferencias no fuesen a países de la lista negra como Irán, Myanmar, Libia,
Siria o Irak
"Son
movimientos de cientos de millones de euros, y las bandas terroristas usan mil
argucias para intentar blanquear dinero a través de nosotros. Él era quien
tenía que parar esas prácticas y se puede decir que él ya combatía el terrorismo desde el
banco al dedicarse a la prevención de blanqueo, prevención de financiación
de estos grupos criminales vía el sistema financiero internacional, pagos a
empresas fantasma o puente con actividad no reconocida que podrían estar
ligadas a la compra venta de armamento ilegal, narcotráfico, etc. Vigilaba que
las transferencias no fuesen a países que están en nuestra lista negra como
Irán, Myanmar, Libia, Siria o Irak", comenta este empleado.
Lo peor de este
empleo para Ignacio, que le llenaba laboralmente y que era un reto de los que
le hacían ilusión, era que se alejaba de los suyos, de los que tenía tanto
dentro. De sus amigos skaters, de su
idolatrada familia. Porque él no tenía el espíritu de un ejecutivo agresivo. No
había impostura en él. Ni relaciones interesadas. Él era de su gente de toda la vida.
Segunda Estampa: La del abogado de los skater al que llamaban
'Abo' y cuyo truco estrella era el 'imposible'
Junio de 2014.
Boadilla del Monte. Son las siete de la tarde y las temperaturas abrasantes
comienzan a bajar. En un skatepark repleto
de barandillas, desniveles y grafitis hay una pandilla de jóvenes haciendo sus
360 flips, sus ollies, sus pops... Filman sus movimientos para luego colgarlos en
cámara lenta en Youtube al ritmo de canciones con mucho beat. Aún no disponían de GoPros para grabar con lentes
ojo de pez. Lucen tatuajes, camisetas XXL y jeans caídos por debajo de la
cintura. De repente, aparece corriendo un
joven con traje de chaqueta, despeinado, zapatos de punta, una cruz católica en
su cuello, una mochila y un patinete en la mano. Se ha bajado de un
Megane color crema. "Mirad, ahí viene el
Abo", grita uno de los adolescentes. Es Ignacio. Se quita su ropa
bien planchada para enfundarse su ropa de diversión.
Es el mismo
atuendo, la capa de superhéroe, que lució el sábado de la pasada semana
cuando trató de frenar con su tabla las cuchilladas de tres terroristas a la chica rubia de ojos cristalinos que caminaba
por el abarrotado mercado londinense de Borough Market. Aquella tarde veraniega, llevaba camiseta y Vans negras y se
proclamó ganador del juego de S.K.A.T.E.
en el que sus contrincantes tenían que repetir sus trucos. Si no lo hacían iban
acumulando letras hasta conformar la palabra y caer eliminados.
Con su grupo de
skateboarding. FACEBOOK
Ninguno de sus
rivales, más jóvenes de edad, consiguió repetir su acrobacia milagrosa: el imposible, consistente en
saltar, para pasarse la tabla alrededor del pie trasero, en un giro de 360
grados en el aire, y después caer sobre el patinete. Se llama así por su
extrema dificultad. Tanta que para apreciarla bien se suele grabar y ver en
cámara lenta, fotograma a fotograma. Un movimiento de la old school, de la vieja escuela en español, que
aquellos jóvenes de la generación millenial, los que
no crecieron con los interminables campos de Oliver y Benji como Ignacio, no
habían conseguido aprender. No se jugaban dinero. Sólo el orgullo. O "como
mucho un bocata del Mercadona", deslizan desde el recinto boadillense.
"Él era
un skater retro, a nosotros nos gusta más los flips [otro salto complejo donde el patinete
vuela, gira y el usuario cae encima] que son más llamativos. Era imposible
calcarle esos movimientos de otra generación. Él nos hacía gracia porque su estética era la contraria a
la de los skaters. Era un perfil atípico,
hasta sus gafas de ver eran distintas...", cuenta Héctor, un skater de pelo largo, que patinó con él hace un
mes en el barrio de Tetuán.
Hoy llora su muerte y recuerda su "valentía" y su
bondad. Porque los
actos heroicos de Abo no comenzaron en el
mercado cercano al London Bridge. Empezaron en aquellas pistas donde también no
sólo patinaban niños de familias adineradas de la periferia de la capital, los
que podían pagar tablas de 200 euros, sino jóvenes provenientes de familias
desestructuradas e inmigrantes que compraban sus skates en milanuncios.com.
A estos colectivos más desfavorecidos, Ignacio prestó
gratuitamente sus servicios jurídicos. "Él siempre me ayudó cuando tenía algún lío legal. Y
cuando nos peleábamos era el primero en separar. Era un regalo de Dios, todo
bondad, siempre con una sonrisa", rememora Héctor, originario de Colombia.
Había en su grupo
una felicidad innata. Una solidaridad que no se ha roto. Es jueves y tras la
confirmación oficial de su muerte, un millar de personas se congregan en la plaza del Ayuntamiento
de las Rozas donde Ignacio
vivió y donde también se había dejado ver haciendo piruetas. En el homenaje se
guardan tres minutos de silencio. Una decena de músicos entonan piezas de
música clásica. Un chiquillo tiene lágrimas en los ojos. Los asistentes tienen
el vello a flor de piel. Levantan sus
tablas cual ofrenda, cual si fuera un santo del skate.
Tercera Estampa: Miembro de una familia solidaria
Lo sacro no le es
lejano. Profundamente católico, era
miembro del grupo de Acción Católica de la parroquia de San Miguel. Su
tío abuelo, fallecido en 2006, era Antonio
Hornedo, el obispo de los indios de la selva peruana. Sus compañeros
utilizaban para este misionero una descripción que se podría aplicar a Ignacio.
"Era un optimista, lleno de confianza en los demás, positivo y cariñoso
con todos". La madre de Ignacio es Ana
Miralles de Imperial Hornedo, abogada también, "quien ha hecho
una misión silenciosa ayudando a mujeres maltratadas", refieren allegados
a Crónica.
A la izquierda,
Ignacio en la boda de su 'hermano' Guillermo González-Arnao. CRÓNICA
Otro tío abuelo de Ignacio, "Pedro, fue torturado y asesinado
por los comunistas cuando tenía 16 años", recoge Alfonso Ussía. Su tía Rosario, hermana de Ana, ha
escrito sobre lo sucedido: "Estoy muy orgullosa de ser Hornedo y de que
nuestros hijos lleven los genes Hornedo, y en su alma y su corazón, los valores
que nos transmitieron... Ignacio
vivió y murió como un Echeverría Miralles de Imperial y Hornedo".
Una elegía por Ignacio, nacido en Ferrol, criado en Madrid y enamorado de
Comillas, donde dejó una casa a medio comprar. Y su tabla de surf, su otra
pasión.
Salvó a su hermano
Enrique de perecer entre las olas
Ignacio nació en Galicia porque su padre,
Joaquín, ingeniero, fue destinado a la central térmica de Endesa en As Pontes.
Allí residieron hasta que el tercero de los Echeverría-Miralles de Imperial
cumplió ocho años. Eran cinco en total: "Joaquín,
el mayor; Enrique; Ignacio; Ana; Isabel...", los enumera el que
fuera otro hermano para Ignacio. Su amigo Guillermo
González-Arnao Beneyto, quien desde infante veranea en Comillas. En la
playa cántabra, con 12 años, Abo conoció a
su quinto brother. Guille ha escrito una
carta para Ignacio: "Quisiera que pudieras ver todo lo que se dice de
ti: The skateboard hero, "El gran financiero",
"El experto en blanqueo"... Todo el mundo te admira, te quiere, te
has convertido en el ejemplo a seguir, una luz en toda esta oscuridad, un
orgullo para el mundo entero". Dice que Ignacio
se divertiría con tanto homenaje. "Él se comportaba como le salía
del corazón. Era un tío
auténtico. Era noble de sangre y noble de corazón... Siempre intermediaba
en las peleas. Siempre se ponía del lado del mas débil. No entendía la
injusticia... Por eso entiendo lo que hizo". No había sido su primer acto
de valentía extrema. Salvó a su hermano Enrique de perecer entre las olas. Y
casi se ahoga el propio Abo.
Ignacio pasaba de
un lado erudito -"donde podía hablar de antiguas fabricas industriales
convertidas en museos, arqueología industrial, altas finanzas"- a un lado
bufonesco, como cuando imitaba al Pájaro Loco o a
un personaje de los Pokemon. "Me
partía de la risa con todas sus facetas".
"Una vez la
pasamos mal por una aventura suya. Comenzamos a pasear por el puerto, por rocas
y nos metimos por un túnel. Hasta adentro. Después nos dimos cuenta que eran
las cloacas. "¡Es un asco Ignacio!", le dije. Él, a carcajadas".
Tanta alegría truncada a cuchillo...
Su hermano mayor,
Joaquín, recordó así a Ignacio en EL MUNDO: "De él puedo decir que era el tío favorito de todos sus
sobrinos; siempre preferían ir de su mano que de la mía. Que teníamos
muchas ganas de que se casase; le gustaban tanto los críos... Todos los
domingos iba a misa... Que era capaz de trasnochar para ayudar de país a país a
que una sobrina pudiera usar la tablet que él le había regalado. Que los bonos
de recompensa los gastaba en invitar a amigos, familiares y en
regalos...".
Su hermana Isabel,
al salir de hablar con las autoridades inglesas, los que justificaron que tardasen más de 90 horas en identificar a
Ignacio, soltó una frase
que resume lo que era él. Lo que será: "Algo muy triste y duro se está
convirtiendo en algo más bonito y grandioso, que nos ha hecho querer y apreciar
más a nuestro hermano, a nuestra familia, a nuestros amigos y a nuestro país".
O Ana, quien sintetiza su vida en tres ideas: "Era
valiente. Y peleón. Y buenísimo".
Cuarta Estampa: La del caballero Quijotesco la noche en la que
se hizo héroe
CRÓNICA
-¿Ignacio, estás
bien?
Le mandan este
mensaje desde Madrid. Es la noche del sábado 3 de junio. Su bro Guille González-Arnao Beneyto, en plenas
celebraciones por la Champions del Real Madrid, supo del atentado en Londres.
Muertos, heridos. En un mercado que los sábados es considerado la segunda
atracción turística después del London's Eye. No
imaginaba lo que sucedía. Pero, por asegurarse, le
envió este mensaje por WhatsApp. El silencio le hizo sudar frío. Después
vio el mensaje del hermano de Ignacio, de Javier, a las 2:54 de la mañana. Supo
de su desaparición. Rezaron todos.
La ignorancia de lo
sucedido se aclaró poco a poco. Todo había sucedido en ocho minutos... En medio de la más tremebunda confusión. A las 22:08,
hora inglesa, tres terroristas, comenzaron a
atropellar a los viandantes del Puente de Londres. Haciendo eses, buscando hacer el mayor daño posible. Abandonaron
el vehículo de alquiler y se
bajaron con cuchillos en la mano. Para apuñalar a quien se cruzase.
Ignacio y sus colegas skaters, Javi y Guillermo Sánchez, no les vieron
llegar. El tumulto comenzaba apenas. Estaban
a la altura del Borough Market, a unos 300 metros, de donde los yihadistas
habían dejado la furgoneta. Llegaban a su encuentro sin saberlo. Primero
vieron un hombre que venía tambaleándose. Después a un policía que se derrumbó.
Después, Abo vio que agredían a una mujer. Arrojó su
bicicleta y fue en su ayuda. No era la primera vez, ya lo había hecho antes en
España... "Era una mujer rubia... Vi
que Ignacio comenzó a darle con el skate. Una y otra vez", cuenta
Sánchez. Khuram Butt, 27 años, Rachid Redouane, 30, y Youssef Zaghba, 22,
rematan a Ignacio, que no se levanta del suelo. Cuando van a por Sánchez, él
les arroja su bicicleta para defenderse.
La chica que intenta
salvar Ignacio coincide, en descripción y posición, con Sara Zelenak, australiana de 21 años, una de las ocho víctimas. Más
considerando el relato de Gerard Vowls, quien asegura haber intentado rescatar
a Sara. También vió al policía. Y, para ayudarla, utilizó "una bicicleta
que encontró en el suelo"... Ignacio
quedó inerte, sujetando su skateboard. Su acto de arrojo
salvó vidas, seguro. Los yihadistas perdieron tiempo en su gresca con el
banquero. "Lo vi aferrado a su patinete". Ni Sánchez ni Javi pudieron
ir en su auxilio. La turba, los agresores, se lo impidieron. Y les dolió tanto
que aún no se recuperan. Tras
50 disparos, la policía inglesa logró abatir a los terroristas. Eran las
22:16 en Londres. Ocho minutos, ocho
muertos.
Cuando Crónica, el pasado lunes 5, visitó el epicentro de la masacre que
estaba fuertemente acordonado por la policía. Entonces ya uno de los agentes
deslizaba la posibilidad de que Ignacio fuese uno de los fallecidos. "El
problema es que nuestros protocolos de protección de datos son muy restrictivos
y hasta que no se esté seguro al 100% no
se va a decir nada oficialmente", comentaba este policía.
La desaparición de
Ignacio generó una búsqueda general. Su familia y amigos recorrieron
hospitales, comisarías... Nada. Les pidieron las huellas dactilares el domingo.
Llamadas entre Madrid y Londres al más alto nivel. Recién el miércoles 7 quedó confirmado que
pereció. En el certificado de defunción, hecho público ayer, se explica
que feneció por una puñalada en la espalda.
El consejero
delegado del HSBC mandó
una nota interna en inglés a sus empleados: "Ignacio trabajó en la oficina
de Park Street. Él será recordado por sus compañeros por su naturaleza,
gentileza, su carácter amigable, su orgullo de herencia española y su pasión
por el skateboarding. También será recordado por su
valentía durante la tarde del ataque...". Ésta llegó a contratar los servicios de un
detective para esclarecer el paradero de Ignacio cuando no se sabía
si estaba en la lista de fallecidos. Tenía acceso a información extremadamente
delicada...
Hay una foto que
antes pasaba desapercibida donde Ignacio mira un letrero de Pad Street. Entre
grafittis se lee: "Si estás esperando por ese alguien especial que llegue
y cambie tu vida para siempre... Echa un vistazo en el espejo"...
Se va a perder
Ignacio los cumpleaños venideros de sus sobrinas. La felicidad del
reconocimiento de que, en Tokio 2020, el skateboard será
deporte olímpico. No lo verá. Ni su nombre en plazas, como el de su tío abuelo
obispo. Ni que el propio presidente y su
Gobierno le concedieran una medalla en su honor. Ni a su familia
sobrellevando la tristeza recordando su hazaña. Ni a sus colegas haciendo
piruetas en el Baysixty six, su skatepark favorito de Londres que visitó poco
antes de morir. Ni ese patinete sin ruedas, en el lugar donde falleció,
camuflado en medio de flores. En la tabla figura su nombre, lo que es una
despedida justa. Ni unos pétalos que vuelan como Superman.
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