Si miramos la literatura desde un punto de vista ético, vemos que allí en ese mundo de mentira – porque la literatura es una mentira – se encuentran los más diversos tipos morales – o amorales - . Y estos amorales siempre nos fascinan, a pesar de la repugnancia que puedan causarnos. Vamos al comienzo, por ejemplo, de la literatura española, hasta el Cid, y vemos sus “feitos”, no todos muy católicos que digamos. Pasamos a los pequeños canallas de la literatura picaresca como el Lazarillo que comete todo tipo de desatinos que nos hacen reír a cada paso. El Lazarillo es el canalla simpático, del tipo que todos tenemos uno como amigo, y que a veces nos llama al pragmatismo cuando tenemos una crisis aguda de quijotismo. Caso más grave es el del Buscón, que ya posee tintes de maldad. Sancho también es un poco canalla, cuando pretende extraer ventajas de su servicio a don Quijote. Cervantes con el escudero realizó un agudo retrato de la naturaleza humana. Tenemos en la Divina Comedia la mirada compasiva de Dante sobre la falta de ética: allí se encuentran, en el infierno, varios tipos de canallas. Dante no puede salvarlos, pero se compadece de ellos profundamente. Y no es el conde Drácula un perfecto canalla? Ávido de la sangre de sus víctimas, poco le importan sus destinos. O sus almas.
El romanticismo también tuvo su cosecha de canallas: desde el ya citado Drácula, pasando por el fantasma de la ópera y por mister Hyde- el que confiesa abiertamente que su móvil es la maldad – Y no podemos olvidarnos del Tenorio, el canalla por antonomasia, aunque al final se redime.
Existen no solamente los personajes canallas. Tenemos también a los autores, cuya vida a veces es más canallesca que la de su creación, como el marqués de Sade, cuya existencia, si novelada, daría mejores páginas que las que escribió en su literatura libertina. O en las páginas del barón Sacher-Masoch.
Y así llegamos al decadentismo, corriente artística, filosófica y principalmente literaria, originada en Francia a finales del siglo XIX y que tuvo un amplio desarrollo por casi toda Europa y algunos países de América. El término Decadentismo surgió como un término despectivo e irónico que usó la crítica académica; sin embargo, fue adoptado por aquellos a quienes iba dirigido. Frente al Romanticismo, el Realismo y el Naturalismo, que obedecen a una lógica y a una necesidad histórico-cultural, el Decadentismo responde a una manera de sentir de fin de siglo, cuando el conocimiento del alma humana había agotado todas sus posibilidades de comprender su existencia y sus extrañas desviaciones. La mirada de la literatura se dirige “al otro lado”, deja de exaltar “lo bueno, lo bello, lo sublime” y se encanta, se deleita en recorrer los pliegues oscuros del alma humana. Busca el sensualismo, el hedonismo, cultivo los excesos más febricitantes: el absinto, el opio, el abandono de creencias, de la esperanza predicada por el Cristianismo como uno de sus pilares: hay un constante sentimiento de pesadumbre, de spleen (melancolia y angustia vital) y de énnui (aburrimiento metafísico).
“El Decadentismo se vincula con las otras tendencias postrománticas, como el Parnasianismo (y su lema 'el arte por el arte'), el Prerrafaelismo y el Simbolismo, y tiene a Baudelaire como a su padre espiritual, encarnación del malditismo poético, y al también poeta [maldito] francés Arthur Rimbaud como otra indudable influencia.
El poeta maldito parte de una visión muy pesimista de la existencia, a la que considera sucia y degradada. Su respuesta, con frecuencia, se orienta hacia una complacencia morbosa con la corrupción moral, la crueldad, la exaltación de la fuerza, la atracción por lo enfermizo y lo depravado. Otras veces, el poeta maldito busca el refinamiento estético y vital: el dandismo. El narcisimo extremo, la elegancia, la provocación de la extrañeza y el desconcierto en los demás, la excentricidad, son características destacadas de esta actitud ante la vida.
Edgar Allan Poe y Oscar Wilde (especialmente en su obra El retrato de Dorian Gray) también se inscribirían en este malditismo.
El Decadentismo surge de esta concepción de la existencia de los poetas malditos. A ella hay que añadir el sentimiento que tienen los decadentistas de vivir en una sociedad depravada (la burguesa), ante la que actúan como marginados. Su posición antiburguesa les inclina hacia lo morboso, lo oscuro, lo enfermizo, lo cruel y lo inmoral. Son nihilistas y anárquicos en sus comportamientos.
Asimismo, como forma de protesta contra los valores materialistas imperantes, buscan el refugio en la belleza artística (como los parnasianos), en el refinamiento personal, en mundos exóticos e irreales. El erotismo es también un medio de evasión característico (uno de los decadentistas más conocidos, el italiano Gabriele D’Annunzio, escribió una obra titulada El placer), a menudo impregnado de una sensualidad enfermiza, donde tienen cabida el sadismo, el masoquismo y el tema de la mujer fatal (la vampiresa que aparece en Poe y Baudelaire), así como la búsqueda de placeres extremos.
En diferentes países europeos, así como en América, hubo representantes del Decadentismo, tanto en la literatura como en las bellas artes.
En el campo de las letras están en Francia, además de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé, quienes se mostraron decadentes en sus postrimeros momentos, J.K. Huysmans, René Ghil, Laurent Tailhade, Isidore Ducasse (Conde de Lautréamont), Alfred Jarry, Marguerite Vallete (Rachilde), Péladan, Lorrain, Schwob, Saint Pol Roux, Péguy y otros; en Inglaterra, con el llamado dandismo o esteticismo y los poetas del “The Rhymes Club”, se encuentran Oscar Wilde, Walter Horatio Pater, Lord Alfred Douglas, Matthew Arnold, Arthur Symons, Ernest Dowson, Lionel Johnson y otros; en Estados Unidos, con el llamado grupo de la Bohemia, están Ambrose Bierce, Lafcadio Hearn, Richard Hovey, Edgar Saltus y Jammes Gibbons Hunnecker; en Bélgica, en donde hubo un grupo de poetas que se inscribieron en el llamado bohemismo, tenemos a Théodore Hannon, Maurice Maeterlinck, Vieté Griffin, Max Elskamp, Van Leberghe, Mockel, Fontainas; en Alemania deben mencionarse Stephan George, Gundolf, Wolfskel y Bertram; en Italia, con el movimiento de la scapigliatura (término similar a «bohemia»), hay que destacar a Gabriele D'Annunzio y Camillo Boito.
España e Hispanoamérica también se dejaron influir por esta actitud estético-literaria, y toda la poesía de fin de siglo responde a los ideales artísticos del arte por el arte. Así, puede considerarse el modernismo del nicaragüense Rubén Darío y del mexicano José Juan Tablada. El decadentismo artístico fue mucho más persistente en América: Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Mariano Azuela, César Vallejo, Horacio Quiroga y otros llenaron muchos años de la vida literaria sudamericana y en ellos la nota francesa nunca estuvo ausente.
Esta renovación estética adquirió en España matices peculiares, y así aparece en las obras decadentistas de Manuel Machado y de la primera época de Juan Ramón Jiménez, en algunas obras como Ninfeas (1900), Francisco Villaespesa y el primer Valle-Inclán, en especial en su libro de versos Aromas de leyenda (1907). Son decadentistas aún mal estudiados los poetas Emilio Carrere y Alejandro Sawa; los novelistas Álvaro Retana, Antonio de Hoyos y Vinent y Joaquín Belda, y el cuentista peruano Clemente Palma. Algunos bohemios, como el prosista y drogadicto francés Enrique Cornuty y Pedro Barrantes.” En http:// acuolenss.blogspot.com.br/2011/ 10/ unas-pinceladas-en-torno-al.htm l
Por mi parte creo que los canallas nos fascinan porque en ellos la libertad y el individualismo están por encima de cualesquiera otros valores. Hay una apuesta, en la vida de los canallas, por “poderlo todo”. Y esto choca con nuestros valores judío-cristianos. Pero no deja de atraernos. A final de cuentas, todos somos un poco – o bastante canallas.
Y aquí pongo un ejemplo chocante de este tipo de literatura en la cual el poeta enfrenta al Justo:
EL HOMBRE JUSTO
(…………………………………………………….)
El Justo estaba erguido sobre sus muslos sólidos:
un rayo le doraba los hombros; el sudor
me embargó: “¿Quieres ver resplandecer a los bólidos?
¿Y, de pie, escuchar cómo zumba la menstruación
de astros lácteos y enjambres de asteroides estólidos?
Por las farsas nocturnas tu rostro es acechado,
¡Oh Justo! Buen resguardo consigue y di tus rezos,
con la boca en el paño dulcemente purgado;
y si toca un perdido tu puerta de ingreso,
dile: “¡Márchate lejos, hermano, estoy lisiado!”
¡Llorón de los olivos! ¡Puño de la ciudad,
creyente muy dulce: corazón sobre los cálices,
majestad y virtudes, amor y ceguedad,
Justo! ¡Más bestia e inmundo que las perras de caza!
¡Yo soy el que sufre y que se pudo rebelar!
Me estás matando de la risa, grandísimo tarado,
¡sí que me río de la esperanza en tu perdón!
¡Estoy maldito, borracho, lívido, desquiciado,
lo que quieras! ¡Ya vete a dormir, y vamos señor
Justo! No quiero nada de tu seso aletargado.
Tú eres el justo, ¿no?, ¡el justo! ¡Ya es suficiente!
Cierto es que tu cariño y que tu juicio sereno
como cetáceos resoplan a la caída del día,
que te haces proscribir y que vomitas tus trenos
¡desde tus espantosas cerraduras destruidas!
¡Y tú eres el ojo de Dios! ¡Cobarde! Cuando las plantas
sucias de los pies divinos me aplasten vacilantes,
¡eres cobarde! ¡Oh tu frente hormigueada por liendras!
Sócrates y Jesús, Santos y Justos, ¡repugnantes!
¡Respeten al Maldito en las noches sangrientas!”
Todo esto vomité sobre el mundo, y la noche
sombria atestaba el cielo en mi delirio.
Levanté la frente: el fantasma había huido,
llevándose la atroz ironía de mis labios…
¡Vientos nocturnos, vengan y háblenle al Maldito!
Ah, que se vaya, él, con la garganta encorbatada
de vergüenza, rumiando por siempre mi hastío,
dulce como el azúcar en los dientes podridos.
Como la perra después que la asalte un perro,
lamiéndose el costado del que penden las tripas.
Que proclame progresos y afectos inmundos…
Yo aborrezco esos ojos de chinos panzones,
y después que tararee como niño moribundo,
complacientes idiotas de súbitas canciones:
¡Justo, vomitaremos en tus vientres profundos! Artur Rimbaud
El romanticismo también tuvo su cosecha de canallas: desde el ya citado Drácula, pasando por el fantasma de la ópera y por mister Hyde- el que confiesa abiertamente que su móvil es la maldad – Y no podemos olvidarnos del Tenorio, el canalla por antonomasia, aunque al final se redime.
Existen no solamente los personajes canallas. Tenemos también a los autores, cuya vida a veces es más canallesca que la de su creación, como el marqués de Sade, cuya existencia, si novelada, daría mejores páginas que las que escribió en su literatura libertina. O en las páginas del barón Sacher-Masoch.
Y así llegamos al decadentismo, corriente artística, filosófica y principalmente literaria, originada en Francia a finales del siglo XIX y que tuvo un amplio desarrollo por casi toda Europa y algunos países de América. El término Decadentismo surgió como un término despectivo e irónico que usó la crítica académica; sin embargo, fue adoptado por aquellos a quienes iba dirigido. Frente al Romanticismo, el Realismo y el Naturalismo, que obedecen a una lógica y a una necesidad histórico-cultural, el Decadentismo responde a una manera de sentir de fin de siglo, cuando el conocimiento del alma humana había agotado todas sus posibilidades de comprender su existencia y sus extrañas desviaciones. La mirada de la literatura se dirige “al otro lado”, deja de exaltar “lo bueno, lo bello, lo sublime” y se encanta, se deleita en recorrer los pliegues oscuros del alma humana. Busca el sensualismo, el hedonismo, cultivo los excesos más febricitantes: el absinto, el opio, el abandono de creencias, de la esperanza predicada por el Cristianismo como uno de sus pilares: hay un constante sentimiento de pesadumbre, de spleen (melancolia y angustia vital) y de énnui (aburrimiento metafísico).
“El Decadentismo se vincula con las otras tendencias postrománticas, como el Parnasianismo (y su lema 'el arte por el arte'), el Prerrafaelismo y el Simbolismo, y tiene a Baudelaire como a su padre espiritual, encarnación del malditismo poético, y al también poeta [maldito] francés Arthur Rimbaud como otra indudable influencia.
El poeta maldito parte de una visión muy pesimista de la existencia, a la que considera sucia y degradada. Su respuesta, con frecuencia, se orienta hacia una complacencia morbosa con la corrupción moral, la crueldad, la exaltación de la fuerza, la atracción por lo enfermizo y lo depravado. Otras veces, el poeta maldito busca el refinamiento estético y vital: el dandismo. El narcisimo extremo, la elegancia, la provocación de la extrañeza y el desconcierto en los demás, la excentricidad, son características destacadas de esta actitud ante la vida.
Edgar Allan Poe y Oscar Wilde (especialmente en su obra El retrato de Dorian Gray) también se inscribirían en este malditismo.
El Decadentismo surge de esta concepción de la existencia de los poetas malditos. A ella hay que añadir el sentimiento que tienen los decadentistas de vivir en una sociedad depravada (la burguesa), ante la que actúan como marginados. Su posición antiburguesa les inclina hacia lo morboso, lo oscuro, lo enfermizo, lo cruel y lo inmoral. Son nihilistas y anárquicos en sus comportamientos.
Asimismo, como forma de protesta contra los valores materialistas imperantes, buscan el refugio en la belleza artística (como los parnasianos), en el refinamiento personal, en mundos exóticos e irreales. El erotismo es también un medio de evasión característico (uno de los decadentistas más conocidos, el italiano Gabriele D’Annunzio, escribió una obra titulada El placer), a menudo impregnado de una sensualidad enfermiza, donde tienen cabida el sadismo, el masoquismo y el tema de la mujer fatal (la vampiresa que aparece en Poe y Baudelaire), así como la búsqueda de placeres extremos.
En diferentes países europeos, así como en América, hubo representantes del Decadentismo, tanto en la literatura como en las bellas artes.
En el campo de las letras están en Francia, además de Verlaine, Baudelaire y Mallarmé, quienes se mostraron decadentes en sus postrimeros momentos, J.K. Huysmans, René Ghil, Laurent Tailhade, Isidore Ducasse (Conde de Lautréamont), Alfred Jarry, Marguerite Vallete (Rachilde), Péladan, Lorrain, Schwob, Saint Pol Roux, Péguy y otros; en Inglaterra, con el llamado dandismo o esteticismo y los poetas del “The Rhymes Club”, se encuentran Oscar Wilde, Walter Horatio Pater, Lord Alfred Douglas, Matthew Arnold, Arthur Symons, Ernest Dowson, Lionel Johnson y otros; en Estados Unidos, con el llamado grupo de la Bohemia, están Ambrose Bierce, Lafcadio Hearn, Richard Hovey, Edgar Saltus y Jammes Gibbons Hunnecker; en Bélgica, en donde hubo un grupo de poetas que se inscribieron en el llamado bohemismo, tenemos a Théodore Hannon, Maurice Maeterlinck, Vieté Griffin, Max Elskamp, Van Leberghe, Mockel, Fontainas; en Alemania deben mencionarse Stephan George, Gundolf, Wolfskel y Bertram; en Italia, con el movimiento de la scapigliatura (término similar a «bohemia»), hay que destacar a Gabriele D'Annunzio y Camillo Boito.
España e Hispanoamérica también se dejaron influir por esta actitud estético-literaria, y toda la poesía de fin de siglo responde a los ideales artísticos del arte por el arte. Así, puede considerarse el modernismo del nicaragüense Rubén Darío y del mexicano José Juan Tablada. El decadentismo artístico fue mucho más persistente en América: Amado Nervo, Leopoldo Lugones, Mariano Azuela, César Vallejo, Horacio Quiroga y otros llenaron muchos años de la vida literaria sudamericana y en ellos la nota francesa nunca estuvo ausente.
Esta renovación estética adquirió en España matices peculiares, y así aparece en las obras decadentistas de Manuel Machado y de la primera época de Juan Ramón Jiménez, en algunas obras como Ninfeas (1900), Francisco Villaespesa y el primer Valle-Inclán, en especial en su libro de versos Aromas de leyenda (1907). Son decadentistas aún mal estudiados los poetas Emilio Carrere y Alejandro Sawa; los novelistas Álvaro Retana, Antonio de Hoyos y Vinent y Joaquín Belda, y el cuentista peruano Clemente Palma. Algunos bohemios, como el prosista y drogadicto francés Enrique Cornuty y Pedro Barrantes.” En http://
Por mi parte creo que los canallas nos fascinan porque en ellos la libertad y el individualismo están por encima de cualesquiera otros valores. Hay una apuesta, en la vida de los canallas, por “poderlo todo”. Y esto choca con nuestros valores judío-cristianos. Pero no deja de atraernos. A final de cuentas, todos somos un poco – o bastante canallas.
Y aquí pongo un ejemplo chocante de este tipo de literatura en la cual el poeta enfrenta al Justo:
EL HOMBRE JUSTO
(…………………………………………………….)
El Justo estaba erguido sobre sus muslos sólidos:
un rayo le doraba los hombros; el sudor
me embargó: “¿Quieres ver resplandecer a los bólidos?
¿Y, de pie, escuchar cómo zumba la menstruación
de astros lácteos y enjambres de asteroides estólidos?
Por las farsas nocturnas tu rostro es acechado,
¡Oh Justo! Buen resguardo consigue y di tus rezos,
con la boca en el paño dulcemente purgado;
y si toca un perdido tu puerta de ingreso,
dile: “¡Márchate lejos, hermano, estoy lisiado!”
¡Llorón de los olivos! ¡Puño de la ciudad,
creyente muy dulce: corazón sobre los cálices,
majestad y virtudes, amor y ceguedad,
Justo! ¡Más bestia e inmundo que las perras de caza!
¡Yo soy el que sufre y que se pudo rebelar!
Me estás matando de la risa, grandísimo tarado,
¡sí que me río de la esperanza en tu perdón!
¡Estoy maldito, borracho, lívido, desquiciado,
lo que quieras! ¡Ya vete a dormir, y vamos señor
Justo! No quiero nada de tu seso aletargado.
Tú eres el justo, ¿no?, ¡el justo! ¡Ya es suficiente!
Cierto es que tu cariño y que tu juicio sereno
como cetáceos resoplan a la caída del día,
que te haces proscribir y que vomitas tus trenos
¡desde tus espantosas cerraduras destruidas!
¡Y tú eres el ojo de Dios! ¡Cobarde! Cuando las plantas
sucias de los pies divinos me aplasten vacilantes,
¡eres cobarde! ¡Oh tu frente hormigueada por liendras!
Sócrates y Jesús, Santos y Justos, ¡repugnantes!
¡Respeten al Maldito en las noches sangrientas!”
Todo esto vomité sobre el mundo, y la noche
sombria atestaba el cielo en mi delirio.
Levanté la frente: el fantasma había huido,
llevándose la atroz ironía de mis labios…
¡Vientos nocturnos, vengan y háblenle al Maldito!
Ah, que se vaya, él, con la garganta encorbatada
de vergüenza, rumiando por siempre mi hastío,
dulce como el azúcar en los dientes podridos.
Como la perra después que la asalte un perro,
lamiéndose el costado del que penden las tripas.
Que proclame progresos y afectos inmundos…
Yo aborrezco esos ojos de chinos panzones,
y después que tararee como niño moribundo,
complacientes idiotas de súbitas canciones:
¡Justo, vomitaremos en tus vientres profundos! Artur Rimbaud
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