Reabre el Museo Napoleónico de La Habana
RAQUEL MARTORI
EFE
El Museo Napoleónico de Cuba, que alberga una de las colecciones más importantes del mundo dedicadas al emperador francés y a su época, ha reabierto sus puertas en La Habana de la mano de Alix Foresta, Princesa Napoleón.
La reapertura del museo se produce después de tres años de una rigurosa restauración de las casi 8,000 piezas que acoge, a las que se atribuye un valor millonario, y del inmueble donde se exhiben, una imponente mansión de estilo ecléctico ubicada en el barrio habanero de El Vedado.
La Princesa Napoleón, viuda de Luis Marie Bonaparte, Príncipe Napoleón, a su vez descendiente del rey Jerome, el hermano menor de Bonaparte, asistió a la reinauguración del museo al que donó varias piezas de una vajilla para dar “testimonio de la estima” de su familia por esta institución y “de su amistad con la isla de Cuba, tan orgullosa de su historia”.
Alix de Foresta al recordar el origen de parte de la colección se refirió a la “pasión amorosa” del desaparecido millonario venezolano Julio Lobo Olavarría, magnate de la industria azucarera en la isla, quien era gran admirador de Napoleón y que se fue a Estados Unidos tras el triunfo de la Revolución cubana en 1959.
Inaugurado en 1961, el museo reúne en sus cuatro plantas un deslumbrante conjunto de objetos únicos, entre ellos, la mascarilla mortuoria original de Napoleón I, un catalejo y una casaca.
El historiador cubano Eusebio Leal explicó en el acto de reapertura que la mascarilla llegó a la isla de la mano del médico personal que atendió al emperador hasta su muerte, en Santa Elena, en 1821, el doctor Francesco Antommarchi, quien estableció su residencia en la ciudad oriental de Santiago de Cuba.
Leal también reveló que el médico fue portador del reloj de oro que acompañó las últimas horas de Napoleón, una pieza que fue recibida en 1959 como regalo de bodas por el actual gobernante de Cuba, Raúl Castro, quien lo entregó en depósito a los fondos del museo.
Leal resaltó la labor llevada a cabo por museólogos, conservadores, y restauradores, así como por la directora de la institución, Gema Pérez, para devolverle su esplendor.
“El patrimonio nacional es el espíritu invisible de Cuba y de cualquier país”, resaltó el historiador.
Recordó además que la mansión, construida en 1928 a imitación de un palacio florentino, fue bautizada como “La Dolce Dimora” por su antiguo dueño, el político cubano-italiano Orestes Ferrara.
El vicepresidente José Ramón Fernández, el ministro de Cultura, Abel Prieto, y el de Educación Superior, Miguel Díaz-Canel, junto al embajador francés en La Habana, Jean Mendelson, y un nutrido grupo de artistas, intelectuales y diplomáticos acudieron al renovado centro.
En el se exhiben los restaurados uniformes militares, armas, porcelanas, tapices, lámparas, libros, mármoles, bronces y otros objetos, algunos nunca antes expuestos.
La biblioteca, con casi cien metros cuadrados de superficie de madera, en la que fue necesario tratar adecuadamente los recubrimientos, fue uno de los mayores retos de la restauración del museo.
En los amplios salones del centro se adornan con pinturas de gran formato, grabados y esculturas inspiradas en Napoleón I y su trayectoria, desde su comienzo como recluta hasta su fallida campaña en Rusia.
Además se exponen piezas representativas de la etapa comprendida desde la Revolución Francesa hasta el Segundo Imperio.
Entre ellas, figuran la banda tricolor de la República francesa –rojo, azul y blanco–, sables con bronceadas empuñaduras, armas que se usaron en la toma de La Bastilla, tricornios y legajos.
En una de sus salas destaca un gran óleo de Bonaparte en el que parece estar mirando al visitante con su pose característica: la mano entre su chaqueta y el vientre, y otro en el que se ve rodeado de su séquito mientras preparaba la ceremonia de su propia coronación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario