Cigarras de Miami
Casi me atrevería a pedirles a los lectores habituales de este blog, que lo abandonaran esta vez. Que no leyeran un post que no va dirigido a ellos: un post que no tiene como destinatarios a los demócratas, los agudos, los bienpensantes. No va para los lectores que prestigian este espacio, y para quienes durante casi un año he escrito textos con altas pretensiones (la falsa modestia no me impide decirlo), donde he revisado cada oración, cada metáfora, cada idea con rigor de obseso.
Esta vez, es distinto. Me urge una respuesta clara y sin ambages. Y una respuesta algo temperamental, para no desentonar con mi carácter de latino irredento.
Hace algunos meses apareció en este espacio una respuesta destinada a los “segurosos” de mi país. A los canes del poder que pretendieron chantajearme, empleando todos los métodos a su alcance para evitar que desde mi casa en Parada 204 siguiera escribiendo con la pasión de quien se sabe libre.
Ahora les respondo a otros represores, a otros canes… aunque estos sin poder. Les dedico estas palabras a los pobres trogloditas que deambulan por la urbe magnífica que es Miami, y que a pesar de ellos, a pesar de los esfuerzos denodados de ellos, no termina de mancharse ni de perder su condición de mítica ciudad.
¿A qué viene esto? Pues a que, debido a ciertas publicaciones de este blog, (primero: Bloqueo vs. Embargo, luego: Libertades Incómodas, por último: Otra Franja de Mar entre Nosotros), y tras mis apariciones televisivas de los últimos días, contrarias a la propuesta del congresista Mario Díaz-Balart de revivir las restricciones de viajes y remesas de los tiempos de Bush, algunos de estos cromagnones se han pasado de listos y me han dedicado llamadas anónimas, me han enviado mensajes electrónicos, con sus febriles irritaciones, sus ofensas subiditas de tono, porque “me he atrevido” a no seguirles la corriente.
Muy bien.
En primer lugar: yo no me enfrenté al gobierno de mi país, a los serviles miserables que lo sostienen, y a toda la clase de adversidades que eso implica en Cuba, porque mi vida necesitara emoción. O sea: no fue una causa que eligió el rebelde con adrenalina dentro, que un buen día se dijo: “Pues bien, mi vida marcha muy tranquila, vamos a buscarnos problemas”.
Yo me enfrenté verticalmente, sin medias tintas, porque no admito que nadie coarte mis libertades individuales. Porque no permito que un puñado de imbéciles, (“cigarras”, les diría la gran Oriana Fallaci) pongan cerrojos a mi libertad de expresión. Y sobre todo –perdónenme los lectores de otros textos: a ustedes intenté desviarlos al principio- porque aparte de pretensiones intelectuales, me asisten los cojones necesarios para decir lo que pienso allí donde me lo pregunten.
En cambio ustedes, pobres cigarras amargadas; ustedes que no se percatan de que cada día pierden más seguidores, que cada día les hacen menos caso; en cambio ustedes se mueren día tras día de miedo aun en esta Patria de libertad.
Sí, se los repito: se mueren de miedo. Cuando el semáforo se pone color rojo, piensan: “¡horror, un semáforo comunista!”. Cuando una sombra aparece a vuestro lado: “¡Me sigue un comunista, me acecha un comunista!”. Y cuando se les acaban los argumentos, cuando no tienen qué decir, como bebés balbuceantes solo repiten una misma palabrita: “¡Comunistas, comunistas!”, con un temblor de mandíbulas y una falta de solidez que da vergüenza.
No, pobres diablos, ustedes no son esta gran nación. Esta nación es tan rica, tan vasta, tan única, entre otras cosas porque los ha acogido también a ustedes, los que se creen grandes demócratas, pero demócratas a la usanza totalitaria: “Si piensas como yo, bravo, si no piensas como yo, enemigo”.
¿Se dan cuenta, cigarras maniqueas, conductores de aplanadoras quiebra discos, se dan cuenta de que no tienen ni puta idea de qué significa democracia? ¿Se dan cuenta de que repiten la palabra y en sus bocas suena hueca, suena a vacío, porque en su infinita incultura desconocen que una utópica llamada Rosa Luxembourg, dijo algo tan simple y contundente como “Libertad, es en esencia libertad los que no piensan como nosotros”?
Y entérense, por si nadie se los había dicho antes: lo único que los separa a ustedes de sus presuntos enemigos, lo único que los divide a ustedes de los más oscuros funcionarios del Ministerio del Interior, ¿saben qué es? Una franja de mar. Noventa millas. Ustedes en la Isla partirían huesos disidentes en los calabozos igual que hacen ellos. Ellos, acá, lanzarían vuestras consignas ofensivas, protagonizarían vuestras marchas incendiarias. En algún idioma moderno la ofensa más recurrente de ustedes –comunista- debe rimar con la ofensa más recurrente de aquellos: mercenario.
¿Y saben qué más los diferencia a ustedes, cigarras de Miami, de aquellos represores por los cuales antes que odio, ustedes sienten un miedo letal? Pues esto: que a diferencia de vuestros “colegas” de la Seguridad del Estado, a diferencia de los funcionarios partidistas de la Isla, y de la infinita gama de sabuesos dictatoriales que la pueblan, ustedes no tienen un ápice de poder. La cuota que tuvieron décadas atrás, gracias a Dios –de verdad: gracias a Dios- hace mucho se les escurrió de las manos. Ustedes ejercen su derecho a manifestarse, de gritar el lema -¡Comunista, Comunista!-, y el resto ejerce su derecho a reírse de ustedes, a no tomarlos en cuenta.
Es el precio de vivir en un país que los supera, pobres diablos. Un país que no ha conocido dictaduras, y que cuando un nombre amargo de apellido McCarthy apareció en su Historia, fue borrado sin clemencia para que nunca más volviera a nacer. Por cierto, fijen el dato: el hombre más oscuro de la historia democrática americana, el Joseph McCarthy hoy detestado, se parecía en algo a ustedes: acusó de traidores, de comunistas, lo mismo a Charles Chaplin, y a Raymond Chandler, que a Dalton Tnimbo o Bertolt Brecht.
Bueno, esa falta de poder que ustedes hoy padecen, esa ausencia de determinación, ese no tener más que hacer que gritar “¡Comunista, Comunista!”; esa falta de resonancia se la deben –lo siento por ustedes- a que viven en una nación donde la libertad los aplasta.
A que a veces desearían un par de horas de represión. ¿Cierto? A que en sus sueños más lúgubres y anhelados han llegado a desear un solo día, veinticuatro horas apenas, de total impunidad para apedrear las casas de quienes dicen cosas que ofenden sus oídos rosas; para linchar –como las turbas castristas contra las Damas de Blanco- a sus enemigos, mientras cantan el coro nervioso habitual: “¡Comunista, Comunista!”.
Pues les digo algo más, cigarras cursis: la dialéctica no era cosa del fantasioso Marx. La dialéctica es la evolución social, y es la que cada día los tritura a ustedes más. La evolución de librepensadores como yo, como mis amigos de la Isla, como tantos exiliados honestos y educados, verdaderos demócratas que he encontrado en solo 6 meses de mi estancia acá. La evolución de los que no funcionamos por odio, sino por amor a la Libertad. ¿Y saben por qué, pobres acéfalos? Porque lo contrario es seguir la doctrina de un presunto enemigo de ustedes: aquel Ché Guevara que tanto detestan, pero que dijo la máxima por la cual todos ustedes sin saberlo se guían: “El único sentimiento más fuerte que el amor a la libertad, es el odio por aquel que nos la niega”.
¿Pues saben qué? Les regalo ese odio, cigarras de Miami. Los cubanos de hoy, los que no nos resignamos al hervidero de culebras en que un gobierno ha convertido a nuestro país, preferimos funcionar por amor a la libertad antes que por odio a quien la reprime. El odio es un pésimo combustible, solo útil para echar a andar aplanadoras rompe-discos, no para mover ideas rompe-dictaduras.
Y como ser individual que se supo libre en Cuba -donde serlo es cosa de herejes-, que se sabe libre en los Estados Unidos, y que se sabrá libre allí donde vaya, les digo en español claro:
No apoyo el embargo que tan excelente excusa ofrece a los rufianes de la Isla para justificar sus desmanes; aborrezco la división de las familias, los amigos, y me da igual si es por culpa de quienes administran la Isla como su comarca particular, o si es por congresistas que se creen en el derecho de decirme que una vez cada tres años es suficiente para ver a mi madre, y no comprenden el dulce favor que hacen a los sátrapas de Cuba segmentándonos cada día más. Y no me simpatiza Luis Posada Carriles, como no me simpatiza nadie que por defender sus credos haga correr sangre de gente inocente.
Punto.
Desde un exilio honorable, desde esta Florida la que ya aprendo a amar con humildad como una segunda Patria; desde la misma tierra que acogió a Félix Varela, a Martí, a Heredia, a los cubanos perseguidos y reprimidos; desde este Miami que los difamadores de mi Isla han pretendido distorsionar –con vuestra inapreciable ayuda, por supuesto: qué sería del aparato difamador cubano sin vuestra colaboración, queridas cigarras-; y desde el Miami multicolor, festivo, híbrido entre lo mejor de los latinos y el espíritu de la Patria de Lincoln, yo, un recién llegado con mucho que decir y mucho que aprender, les dedico mi soberana indiferencia.
A fin de cuentas, no por mucho batir las alas vuestro estrépito de insectos arro----------------------------------------------------------------------------
CUBADEBATE SE FIJA EN LOS ROCKYS DEL EXILIO CUBANO.
Nuevos mandarriazos en Miami: Pulverizan CD de Cándido Fabré (+ Video)
Miguel Saavedra y sus seguidores de Vigilia Mambisa, sacaron las mandarrias nuevamente, esta vez para emprenderla contra los CD del cantante cubano que se encuentra de visita en Miami, Cándido Fabré.
Vigilia Mambisa, un grupo de ultraderecha de Miami, ganó cierta relevancia mediática cuando convocó a una manifestación contra los artistas que asistieron al “Concierto por la paz” en La Habana, en septiembre de 2009. Quemaron imágenes, pulverizaron discos de música y llamaron al cantautor colombiano Juanes “comandante guerrillero” y a los músicos que lo acompañarían a Cuba, “su pandilla”.
La furia de la veintena de seguidores de Saavedra se desató por la aparición en el club Aché de Cándido Fabré, un sonero cubano de larga trayectoria, cuyas canciones incluyen frases como: “por siempre viva Fidel”.
El reconocido músico cubano se presentó en el centro nocturno, ubicado a pocos metros del Café Versalles, uno de los principales sitios de congregación del exilio cubano en Miami, algo que los líderes de los manifestantes calificaron de “provocación”.
Para los manifestantes resulta intolerable que Fabré haya compuesto, durante su trayectoria de casi dos décadas, varias canciones en respaldo a Fidel Castro.
En uno de los temas más criticados del artista, Fabré canta que oró por Fidel Castro, luego que el mandatario se enfermó.
Los extremistas de Miami -ciudad en la que residen, en medio de la mayor impunidad, terroristas internacionales como Posada Carriles y Orlando Bosch-, ven ahora la presencia de los artistas cubanos que residen en la Isla como una invasión: “Fabré es un redomado apologista del régimen de toda la vida. Su actuación es parte de un intercambio orquestado en Cuba en el que los artistas son ‘internacionalistas’ que, en vez de llevar AK-47 como hicieron en Angola, traen aquí bongós y tambores”, ha dicho un bloguero de esa ciudad.
Nada, que está claro que, en Miami, los bongoes cubanos de Fabré son considerados como una suerte de arma letal.
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