Foto: El Nuevo Herald
SEAMOS, ANTE TODO, SENSATOS
Por Vicente Escobal
Por Vicente Escobal
Voy a decirlo con absoluta claridad: El único país en condiciones de ayudar masivamente al pueblo cubano ante esta nueva tragedia es Estados Unidos. Y no se trata, bueno es aclararlo, de hacer apología o de realizar un ejercicio de sumisión ante la gran potencia gracias a la cual el mundo no es hoy un gigantesco campo de concentración nazi o un gulag comunista. Se trata, sencillamente, de una realidad incuestionable.
Las instituciones estadounidenses poseen una extraordinaria experiencia y capacidad para enfrentar fenómenos naturales de todo tipo, tanto dentro como fuera de su espacio geográfico. Millones de dólares y cientos de toneladas de alimentos, medicinas, ropa y otros avituallamientos han sido enviados por este país a los más inimaginables rincones del planeta.
A pesar de la tendenciosa y desgastada propaganda “antiimperialista” enarbolada por los nostálgicos de la era estalinista, el mundo es hoy muchos más próspero y seguro gracias a los programas de ayuda internacional brindados por diferentes agencias de Estados Unidos.
Regiones asoladas por terremotos, volcanes, tsunamis o huracanes han recibido el apoyo inmediato de Estados Unidos. Y lo ha hecho de forma humana y desinteresada.
Jamás Estados Unidos ha utilizado su ideología política o su poderío económico, ni ningún partido ha fijado precondiciones ante una tragedia humanitaria. Los que no reconocen esta inobjetable realidad son, sencillamente, unos canallas.
Europa tiene una deuda de gratitud impagable con Estados Unidos, como la tiene Asia, África e incluso América Latina más allá del criterio de que Washington no le ha prestado a Latinoamerica la atención que merece. Si los gobiernos latinoamericanos hubiesen manejado con eficacia y honradez los cientos de millones de dólares que Estados Unidos les ha entregado en momentos de crisis, América Latina habría alcanzado niveles de desarrollo humano y social excepcionales y no fuera, como es, un continente inestable.
Hoy se debate qué hacer ante el desolado panorama en la Mayor de las Antillas. Se discute acaloradamente cómo hacer llegar a Cuba toda la ayuda que necesita. De un lado se alinean los que aprovechándose de la tragedia enarbolan sus agendas políticas y propagandísticas, pidiéndole a Washington la suspensión temporal de las sanciones en franca coincidencia con la irracional posición de la dictadura. Del otro los que abogan porque esa ayuda sea distribuida en la Isla por instituciones independientes y de forma masiva.
¿De qué lado está la razón? ¿Quién puede proclamarse en este momento el poseedor de la verdad absoluta?
Se trata de una tragedia humana de dimensiones colosales imposible de individualizarse. Todos los cubanos, directa o indirectamente, han quedado expuestos al hambre, la desolación, las enfermedades y la muerte. Sólo una amoral casta política disfruta los privilegios del poder.
Está en marcha una iniciativa impulsada por ciertos sectores del exilio cubano de Miami dirigida a los gobiernos civilizados y democráticos del planeta para que exijan a la dictadura permita recibir la ayuda ofrecida por Estados Unidos.
Es lamentable que a estas alturas no hayamos interiorizado la idea de que al régimen cubano le importa bien poco la opinión pública internacional y siente un total desprecio por todo lo que se relacione con Estados Unidos. Desprecio que se multiplica cuando se trata del exilio cubano.
El régimen castrista no aceptará jamás ninguna ayuda de Estados Unidos. Su estúpida soberbia, su atrincheramiento ideológico, su irracional visión del mundo y su falso orgullo nacional son los ingredientes básicos de su estrategia política. Prefieren que el pueblo se muera de hambre y enfermedades antes que recibir una lata de sardinas o una aspirina Made in USA.
A Castro y sus secuaces sólo les interesa mantenerse aferrados el poder a cualquier precio. Su comportamiento no es el resultado de una auténtica preservación de la soberanía nacional. La lógica castrista se sustenta justamente en el sufrimiento de las multitudes. Ellos consideran – y lo han demostrado – que la felicidad de un pueblo se construye sobre sus propios escombros.
El orgullo nacional es una de las mayores virtudes humanas. Pero ese orgullo ha de estar presidido por un elevado sentido de la responsabilidad. El dolor de una nación no puede ser manipulado ni utilizado con fines políticos. Un gobierno – cuando es legitimo y honrado – debe responder sin condiciones y privilegiar las necesidades sociales.
Seamos solidarios con nuestros sufridos compatriotas. Pero seamos, ante todo, sensatos.
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